Es extremadamente grave la denuncia de Jaime David Fernández Mirabal, ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, en el sentido de que haitianos pagados por dominicanos están deforestando cuencas de ríos en Los Haitises, Sierra de Bahoruco, El Mulito de Pedernales y la sierra de Yamasá.
En momentos en que el calentamiento global está disminuyendo la disponibilidad de agua y la capa boscosa, es un crimen ecológico el hecho de que dominicanos paguen a haitianos para que conviertan en carbón los árboles de nuestros bosques.
La situación es más grave aún porque según la misma denuncia, aunque Medio Ambiente somete frecuentemente a la justicia a depredadores de bosques y autores de incendios forestales, no se ha producido la primera sentencia condenatoria por esos hechos. Aunque los fiscales no producen sentencias, el ministro Fernández Mirabal culpa de esa situación a los representantes del Ministerio Público, que aparentemente no enfatizan lo suficiente en la gravedad del delito.
Los dominicanos no podemos satisfacer las necesidades de carbón y leña de los haitianos y quienes están pagando por la depredación merecen ser castigados enérgicamente. Los haitianos han convertido Haití en un desierto y podrían hacer lo mismo aquí, si no hay suficiente coraje para impedirlo.
Una campanada de alerta
Una cosa que debe tener bien clara cualquier médico es que su función primerísima es luchar por la vida de los demás, trátese de pacientes de Sida o cualquier otra enfermedad.
Joaquín Figueroa, un joven de 31 años contagiado de Sida, fue rechazado por nefrólogos de dos hospitales, que debieron dializarlo bajo las normas vigentes para casos como este, pero que rehuyeron hacerlo al comprobar que era seropositivo de VIH.
Su historia, que fue noticia principal en nuestra edición de ayer, debe servir de alerta para que las autoridades de Salud Pública comprueben si este rechazo ha sido un caso aislado, o si es un número más en un comportamiento sistemático ante pacientes de Sida.
Ningún paciente en esa condición puede ser rechazado por los médicos en hospitales públicos. Hacerlo es renunciar al principio clave de la medicina.