Como pasa con otros muchos temas de trascendencia y de interés nacional, la atención en los medios y el debate en la opinión pública se esfuman poco tiempo de que son expuestos, pues quedan sepultados por la avalancha de hechos y situaciones que se suceden, quizás de menos significación pero que influyen en la vida cotidiana.
Esto es parte de una dinámica propia de la existencia y característica de la actividad mediática, pero de algún modo puede ser superada en ocasiones si asimilamos aquel imperativo de Ortega y Gasset de que el hombre pensante y con algún grado de sensibilidad no puede vivir como el vulgo, atenido sólo al diario vivir.
Influido por este pensamiento que invita a la permanente reflexión y a desechar toda inclinación al olvido, me adherí al viejo amigo Álvaro Arvelo hijo en su lucha contra la insensibilidad, la indolencia y la bochornosa “incultura”, a propósito de la insólita agresión de que fue objeto el Altar de la Patria.
Con ese propósito le envié a Alvarito dos fotografías, una donde se observaba la puerta del Conde tal como lucía como monumento vetusto e histórico con sus piedras ancestrales. En otra se apreciaba el “cuerpo del delito”, la infamia y atropello cometidos contra la patria al borrar, con empañete las huellas de un capítulo trascendente de la jornada por la independencia nacional.
A seguidas le decía que “como auténtico llanero solitario, que tocas estos temas por conocimiento, convicción y compromiso con los mejores valores y principios nacionales, sin perseguir reconocimientos ni adhesiones, sé que no declinarás en seguir enfocándolos, aunque no obtengan la debida repercusión por aquello de que en este país “na es na”, como apunta la filosofía del “nanaísmo” del buen amigo y acucioso periodista Rosendo Tavares.
En la primera imagen, el monumento muestra sus piedras, tal como lucían aún en la época en que Alvarito laboraba como veterano periodista en la sede antigua del periódico El Caribe, en El Conde número uno, y donde yo comenzaba a obtener experiencia y a dar mis primeros pasos en el periodismo escrito.
Los restos de doña María Ugarte deben haber experimentado gran estremecimiento ante este increíble atentado a la cultura y la dignidad nacional, ella que con sus afanes, escritos e investigaciones hizo grandes aportes a la difusión y revalorización de nuestro patrimonio histórico y monumental de la época colonial.
En vida habría sufrido un derrame cerebral al ver cómo se cometía, impunemente y ante la indiferencia casi generalizada de la población, este atentado a la historia y al conocimiento y al fomento de genuino y bien entendido patriotismo en las nuevas generaciones.
Los autores de este sacrilegio tuvieron el descaro de tratar de justificarlo, con lo cual agravaron todavía más su ofensa a la dignidad del pueblo dominicano, pero sin lograr burlarse de la inteligencia y el respeto a la patria de aquellos que mantienen una incansable batalla contra la incultura, aunque resulte tan frustrante e inútil como tratar de arar en el desierto.
Al observar la inclinación en la vida nacional a asignar una sobredimensionada atención a cuestiones banales e irrelevantes, recuerdo a Ortega en su libro España Invertebrada con su queja por los efectos de ese fenómeno social en su país, subrayado con la afirmación de que allí “todo sonaba a cartón y lucía falsificado”.
El señalamiento del gran filósofo debe ponernos a pensar por el hecho de que aquí no siempre tratamos con seriedad los temas verdaderamente relevantes, porque en gran medida se ignoran o abordan de forma insuficiente, coyuntural, parcial y con propósitos influidos por intereses particulares.