Importancia y requerimientos del arte

Importancia y requerimientos del arte

El hecho de que existan habilidosos comerciantes en la manada de personas que se consideran y son considerados artistas,  supuestos creadores de arte, escudados en el libertinaje de una modernidad tramposa y confusionaria (palabra, esta última que se la debo a un erudito madrileño que entre mofletudos temblores de mejillas flácidas me aclaraba que habían “confusos” y “confusionarios”, es decir: los que estaban confundidos y a los que querían confundir). El asunto es que aunque exista mentira y “mala leche”  en buena parte  del arte actual, cercano o decimonónico, el arte es elevación del espíritu. Aún el artista tramposo, apoyado en las públicas aceptaciones que aplauden cualquier disparate, tiene que elevarse por encima de la vida, del presente, agrio, dulzón o agridulce,   para poder crear, aunque sea algo que no valga la pena.

Mayormente me refiero a las artes visuales, aunque la música no escape de las malsanas tentaciones (fallidas) porque la música moderna experimental, a pesar de haber recibido apoyo financiero y expectación ante lo insólito, fracasó. Recuerdo las temporadas de música sinfónica contemporánea que presentábamos con el patrocinio de la Fundación Guggenheim, en el McFarlin Auditorium de Dallas, Texas, en los años sesenta, donde todos quedábamos perplejos, idiotizados y, por fin, concluyendo en que la vida es un disparate soberbio.

Pero para tal conclusión no es necesario soportar la acción de un tipo  golpeando un piano con los codos, acompañado de una “tromba marina” que emite sonidos espantosos mientras otro fulano le da ocasionales patadas a un ya abollado contenedor metálico de basura. Y nosotros, los de la orquesta, sentados inmóviles.

¿Qué haya mucho de representativo y filosófico en este tipo de presentación?

 Yo no lo dudo, pero eso, sin caricaturizarlo,  sin sentido ni efectividad  aleccionadora, lo vemos a diario. Y no se está usando el arte para corregir, para llamar la atención acerca de terribles males, para formar conciencia y reforma. No se trata de la indignación y doliente protesta de Picasso en “Guernica” o el drama que nos remueve en obras del expresionismo alemán del siglo 19  o en el poder dramático de Benjamin Britten en su Oratorio en Tiempo de Guerra, obras en las cuales está atrapado genialmente, visceralmente, el dolor, el miedo,  el horror y una esperanza. En fin, que se trata de respuestas espirituales auténticas, no motivadas por el afán de aprovecharse de la ignorancia de los ricos. De “épater le bourgois”, frase que acuñaron genialmente los franceses…tal vez para ayudar.

El verdadero arte se basa en la sinceridad sin artificios de los sentimientos.

Es sabido que Salvador Dalí,  que era un pintor extraordinario, se burlaba de quienes expresaban excelsa admiración  por ciertas obras suyas de escaso valor artístico, resultado de pura maestría y sentido comercial.

Pero, a pesar de las trampas, hay que proteger la creación artística. Resulta que el artista no puede evitar caer en la mágica cueva de lo que escapa y supera la vida misma: la capacidad creativa.

Lo único que nos acerca en cierta forma  a Dios.

Crear, a pesar de nuestras pequeñeces.

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