Imposibilidad de un Sherlock Holmes dominicano

Imposibilidad de un Sherlock Holmes dominicano

Hay un dato revelador de los problemas que enfrenta la justicia penal y la lucha contra la inseguridad ciudadana en la República Dominicana. En nuestro país, contrario a otras latitudes, no han surgido obras representativas de un género literario de origen en principio angloamericano y de desarrollo posterior europeo y hoy universal: la novela policíaca, negra, de detectives o “crime fiction”.

Y la razón es muy sencilla: desde Edgar Allan Poe, pasando por Sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, hasta llegar a los autores nórdicos europeos de moda tales como Stieg Larsson, Karin Fossum, Liza Marklund, Henning Mankell, Arnaldur Indridason, y Jo Nesbø, por solo citar algunos, este género se basa en una idea clave pero imposible de aprehender por los dominicanos. Esta idea es que un crimen representa un misterio que un personaje, el detective protagonista de la novela, es capaz de resolver mediante recursos investigativos o forenses.

 ¿Por qué esto es así? Si fuéramos boschistas, diríamos junto con Mandel que ello se debe al escaso desarrollo del capitalismo en la República Dominicana. Según Mandel, “si se pregunta por qué [la historia de la sociedad burguesa] debe reflejarse en la historia de un específico género literario, la respuesta sería que la historia de la sociedad burguesa es también la de la propiedad y la negación de la propiedad, en otras palabras, del crimen; que la historia de la sociedad burguesa es también la creciente y explosiva contradicción entre las necesidades individuales o pasiones y los patrones mecánicamente impuestos de conformismo social; que la sociedad burguesa en sí misma nutre el crimen, se origina en el crimen y conduce al crimen; ¿quizás porque la sociedad burguesa es, a fin de cuentas, una sociedad criminal?”. En otras palabras, no tendríamos novela policíaca porque no somos lo suficientemente capitalistas, es decir, porque nuestro desarrollo no ha llegado al nivel en el que el crimen sea tal, por el propio desarrollo capitalista, que se requieran los instrumentos para el control social del crimen.

Pero esa es una versión simplificada de las cosas. Por demás, hoy, en medio del fin de las ideologías, todo ello no solo suena marxiano sino sobre todo, extraño, de otro mundo, marciano. Lo cierto es que la novela policíaca implica un enigma, un misterio: quién mató a quien. En la República Dominicana, esto es imposible de concebir. Primero, porque el populismo penal que impera en la sociedad impone en la policía, para utilizar la frase de Gustave Flaubert, “la rabia por querer concluir” las investigaciones, es decir, por encontrar un culpable, aún sea inocente, con tal de calmar los apuros mediáticos, capaces de considerar incompetente cualquier gestión policial que no concluya en menos de 48 horas con el arresto y sometimiento a la justicia de quien ha cometido cualquier crimen horrendo. Segundo, porque una investigación supone un aparato policial capaz de conducir, con recursos humanos y materiales adecuados, tareas forenses comunes en países tan subdesarrollados como República Dominicana, como es el caso de Guatemala y Honduras, lo cual implica un cuerpo de detectives, laboratorios, analistas forenses, cuidado de las escenas del crimen, en fin todo lo que hoy es usual ver en series televisivas como CSI y hasta en telenovelas latinoamericanas, pero de lo cual lamentablemente carecemos – o no usamos – en nuestro país.

 Por todo lo anterior, en Dominicana, hasta que no contemos con una policía efectiva que investigue a fondo los crímenes para descubrir los verdaderos culpables y no para presentar a los sospechosos habituales a un público sediento de castigo aunque se violen las garantías constitucionales, no existirá el caldo de cultivo y el referente social e institucional para una narrativa policial, que no sea el neopolicial iberoamericano (Vásquez Montalbán, Osvaldo Soriano, etc.), donde los protagonistas ya no son los investigadores sino los delincuentes o las víctimas, atrapados por las estructuras de poder en ciudades podridas, amorales y degradadas. Quizás algún día el vacío pueda ser llenado por una literatura enfocada en las “injusticias de la justicia” y en presentar a los lectores las verdaderas causas de la criminalidad. Por ahora, solo nos queda disfrutar la euforia de las víctimas y la celebración de la delincuencia. 

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