La séptima versión del Festival Musical llenó en gran medida las expectativas creadas. El primer concierto inicia con la Obertura del Cazador Furtivo de Weber, la orquesta del Festival, equilibrada, potente muestra su calidad y responde a los requerimientos del joven y talentoso director español Ramon Tebar .
Finalizado el introito hace su entrada Ben Heppner, quien desde las primeras notas da muestras de la calidad de su voz, rica en matices, de tesitura dual, extensión de tenor y color vocal de barítono. El gran tenor heroico, wagneriano o dramático, como quiera llamársele, aborda las difíciles partituras de Wagner, Lohengrin y Los maestros cantores de Nuremberg con absoluto dominio, luego, más cercano, logra la simbiosis público-artista-, al interpretar conocidas arias operísticas, sobresaliendo en la bellísima plegaria Osouverain, o juge, o pére del Cid, de Massenet. Un encoré inolvidable Nessum Dorma que nadie duerma- permanecerá en el recuerdo de los allí presentes, mucho tiempo.
En el segundo concierto, de la mano del creador y director del Festival, Philippe Entremont, quedamos atrapados entre el mágico diálogo de dos violines. Los formidables concertistas, Barna Kobori y Robert Davidovici, se complementan, seducen, al interpretar el Concierto de Bach en Re menor. A seguidas la Metamorfosis de Hindemith y luego la Segunda Sinfonía de Sibelius, en la que se decanta la calidad de la orquesta; la extensión de las obras hizo que para muchos, el concierto resultara extremadamente largo.
La Obertura de Oberon de Weber, abre la tercera noche y continúa con el concierto para piano en La menor, de Shumann, cuyo intérprete Sebastian Knauer, ofrece una ejecución limpia, pero extremadamente fría. Posiblemente la lectura de las partituras colocadas sobre el piano, concentraran su atención en la técnica, impidiendo que afloraran las emociones que todo gran artista debe provocar.
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El tercer concierto
La cuarta Sinfonía de Tchaikovski, cierra la noche; la orquesta se crece, el sinfonismo romántico convive con el fuerte carácter nacional de la obra, manifestado especialmente en el último movimiento, cuyo tema recrea la canción popular rusa Hay un árbol alto en mi campo. El ritmo galopante imprimido a la orquesta nos avasalla a todos para despedir la tercera entrega.