Impuesto a la solvencia

Impuesto a la solvencia

La energía eléctrica sufrirá este mes un nuevo reajuste, en alza, por supuesto. En virtud de una nueva tarifa que aprobara la Superintendencia de Electricidad, el kilovatio/hora aumentará entre un 4% y un 8.1%, de acuerdo con los diferentes niveles de consumo.

En nuestro medio, todo aumento de tarifa energética incluye un componente que distorsiona de manera lamentable los criterios que deben primar en la administración y venta de servicios estratégicos, como es el caso de la electricidad, que interviene en la dinámica de la economía.

Esta distorsión obedece a que la «cobrabilidad» del servicio es una proporción bastante alta en el conjunto de factores de costo. En otras palabras, la energía no cobrada es un ingrediente de tarifa decididamente injusto, porque carga a los usuarios que pagan la incapacidad del vendedor de la energía para cobrarla.

En nuestro medio, cada ajuste de tarifa tiene en cuenta el factor «cobrabilidad», y cuanto más baja es ésta, mayor proporción se le asigna en el reajuste tarifario.

En buen cristiano, la «cobrabilidad» de la energía servida es un factor de riesgo que debería considerar todo el que invierte capital en este tipo de negocio. Es una pieza de «marketing» que aquí se calcula en función del número de usuarios que pagan fielmente la energía consumida, que son solventes, y a cuyas facturas se carga el prorrateo de los usuarios que no pagan.

Todos los que arriesgaron dineros en la «capitalización» del mercado energético sabían de antemano que en el país hay una tradición de no pago por la electricidad consumida. Pero sabían también que aquí es fácil maniobrar con los costos para incluir en los mismos la baja cobrabilidad de la energía, como se hace cada vez que aumenta la tarifa. Eso, en buen cristiano, es un aberrante impuesto o castigo a la solvencia de quienes pagan por la energía.

[b]Lamentable[/b]

El Museo Nacional de Historia Natural está cerrado, abandonado y a merced de una severa contaminación que lo está destruyendo todo, como ha destruido la salud de su director, el antropólogo de reconocidos méritos Fernando Luna Calderón, quien se encuentra en Italia, seriamente enfermo.

La situación del museo obedece a un mantenimiento deficiente que ha dado lugar a la multiplicación de hongos, bacterias y otros microrganismos comunes donde se trabaja con materias orgánicas o se las almacena.

Aún cuando el museo está cerrado -abandonado, dicen algunos- hay quienes han expresado el temir de que la contaminación orgánica que lo afecta pueda propagarse a otras instalacioners ubicadas en la Plaza de la Cultura. No sabemos qué tan seria podría ser esta amenaza, pero deducimos que si se descuidó el mantenimiento del museo y terminó por contaminarse, no hay razón para descartar un contagio.

Esta falta de mantenimiento adecuado ya ha costado la salud de un científico de reconocidos méritos, por cuyo restablecimiento hacemos votos, y mantiene cerrada una fuente de cultura de altísimo valor, sobre todo para los estudiantes.

Quienes tengan jurisdicción en este asunto que intervengan para sanear el Museo Nacional de Historia Natural y que se hagan en el mismo las debidas reparaciones para que pueda ser reabierto al público como punto de apoyo a la ciencia y la cultura.

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