Impuestos y más impuestos

Impuestos y más impuestos

POR DARÍO MELÉNDEZ
La idea de los tributos data desde los albores de la civilización, cuando el hombre, para defenderse de sus depredadores debía congregarse, unirse en pequeños villorios o núcleos urbanos, cuya organización dependía de un adalid, jefe o caudillo, atribuciones que recaían en el individuo más fuerte y aguerrido.

La Rusia de hoy se creó así; los persas, griegos, sirios y demás pobladores de Eslavonia, Ucrania, etc., sufrían continuas depredaciones de los vikingos, celtas, teutones y otras tribus bárbaras; para subsistir, se vieron obligados a contratar campeones vikingos que les defendieran; más adelante, los aportes al guardián se convirtieron en impuestos.

Esa primitiva costumbre, remedo del sistema que impera en las selvas, se mantiene aún en la mayoría de los países, con algunas excepciones; cuanto más agreste y subdesarrollada es una población, o cuanto más poder quiere ostentar la nación a que uno pertenece, mayor es su adhesión al extorsionador régimen, el cual, para sustentarse, precisa de un nacionalismo a ultranza y un poder económico tan considerable cuanto exigen sus necesidades políticas, basadas siempre en la opresión y el avasallamiento de los más necesitados, a los cuales se les entretiene con deficientes servicios sociales, al influjo de la comparsa política, que se beneficia de las influencias oficiales, los cargos gubernamentales, prebendas y canonjías.

Se arguye que, para el sostenimiento de un Estado soberano, es imprescindible el tributo ciudadano; la soberanía, el mantenimiento de un orden interno y la seguridad externa, se afirma, precisan de amplios recursos para preservarse, «tax and death» dicen los norteamericanos en su tradicional caló y admiten justificación en su deficitario «welfare», su armada imperial e influyente moneda, capaz de imponer su poderío en todo el universo, a costa de onerosas contribuciones. Un empleado norteamericano o europeo apenas percibe el 50% de su rendimiento, el Estado se apropia más de la mitad de su producción, para cubrir gastos estatales y supuestamente ofrecerle servicios  sociales, servicios que cada persona compraría más baratos y mejores, si no se le sustrajeran los recursos que produce. Por ello hay tantos pobres en esas naciones, a pesar de contar con inconmensurables recursos. La pobreza que ocasionan los impuestos nutre los regímenes imperiales.

Las potencias comerciales imponen su sistema a las naciones pequeñas, cuyos gobiernos son principales consumidores de los productos industriales que las naciones desarrolladas producen, de esas manera justifican los cuantiosos gastos, destinados a mantener un poderío que consideran imprescindible, para conservar la hegemonía comercial que ostentan. Las naciones pequeñas y subdesarrolladas, incapaces de establecer su propio sistema, toda vez que dependen de las mayores para su comercio y estabilidad político-social, siguen a las naciones grandes, copian y aplican su sistema, acarreando gastos enormes e insoportables cargas financieras a los gobernados.

El régimen implantado por las grandes potencias, administrado por los organismos financieros internacionales, mantiene sumido en la miseria la mayoría de población mundial, en Estados Unidos hay más de 36 millones de personas debajo del nivel de pobreza extrema, a la cual socorren con programas de asistencia social (welfare), sistema mantenedor de vagos, indolentes y pusilánimes, programas que copian las naciones satélites, carentes de recursos para esos fines, recurriendo a empréstitos lesivos a su soberanía y cargando a los escasos productores altos intereses, gravámenes y devaluaciones que abruman la escuálida productividad inmanente al subdesarrollo.

Insoportable resulta la situación para los habitantes de países subdesarrollados; los que no emigran, la inherente ignorancia les hace sufrir las condiciones impuestas, el asalariado y el ciudadano común en general, ve disminuidos sus ingresos y no tienen la menor idea por qué, los precios se inflan exorbitantemente absorbiendo su escuálida productividad y condenándole a una mísera existencia, porque ha de mantener un régimen opulento y pródigo, sostener un elefante blanco; muchos recurren a exiliarse como única alternativa, procuran visas para viajar o se arriesgan en frágiles embarcaciones; desesperados, se trasladan al extranjero por medios anómalos y sufren las vejaciones que imponen las sociedades a los extraños.

Los gobiernos de países pobres, imitando los impuestos al consumo que establecen las naciones industrializadas, imponen gravámenes similares a los escasos bienes que se logran producir, apabullando así todo intento de desarrollo; al gravar los productos criollos, los torna inaceptables frente a similares de otras naciones. En República Dominicana se llama a ese gravamen Impuesto a Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios (ITEBIS), los productos que logra confeccionar la escuálida industria criolla están penalizados para que no compitan en el mercado local y, menos aún, logren aceptación en otros mercados por su elevado costo, aún cuando su calidad y presentación sean aceptables, algo difícil de lograr con una mano de obra descalificada, mal orientada por demagogos y carente de disciplina de trabajo. Así, la pobreza es característica principal de éstos países, gobernados por ostentosos y tiránicos regímenes, aferrados a épocas antiguas, como el dominio de los faraones y la Grecia de Pericles, olvidando que somos un país pequeño y pobre, cuyo porvenir ha de ser la eficacia productiva, basada en la libre interrelación con las demás naciones, en franca competencia y no en ostentosa magnificencia estatal.

En los países donde no se pagan impuestos (Mónaco, Andorra, etc.) no hay pobres.

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