Manuel A. Fermín
Con el sobajeado argumento de que somos pobres, y por la fluctuación entre el optimismo y el pesimismo que han hecho difícil para cualquier gobernante decidir sobre las prioridades y fijar un curso de acción consistente, los dominicanos nos hemos acostumbrado a hacer de toda acción oficial una escandalera propia del atraso en que nos hemos desenvuelto por siglos.
Aunque cronistas de la época quizás no lo registraran, Bartolomé y Diego Colón, Nicolás de Ovando y otros, quienes sembraron las primeras piedras urbanas de Santo Domingo, también recibirían sus púas ventajistas cuando iniciaban sus trabajos hacia la capitalidad de la centenaria ciudad. Solo sin discrepancias porque hacía recaer con rigor excesivo sus decisiones, el general Rafael Leonidas Trujillo, logró hacer su obra material con ningún sobresalto. El doctor Balaguer, para quien no existió obstáculo capaz de detener sus bríos infraestructurales, siempre tuvo opositores organizados en el pesimismo y el abajismo rabioso, cuyas actuaciones muchas veces contribuyeron a malograr el equilibrio democrático, pero al final, y por los impulsos de un gobernante decidido, no se detenía ante las escaramuzas de peso y calado poco profundo.
El inicio de los trabajos del Metro, de Sans Soucí, del Muelle de Santo Domingo y la discusión sobre la isla frente al Malecón, el gobierno del doctor Leonel Fernández se ve aguijoneado por todos lados y en medio de una embriagante censura, anteponiendo intereses partidaristas, unos, y una actitud de crítica mordaz por carecer de una conciencia verdaderamente unitaria, otros.
Con el débil argumento de privilegiar sectores más prioritarios, estos actores, necios de intención y nublados de razón, se oponen a completar la capitalidad de Santo Domingo, pero, ¿de qué servirían las escuelas, los hospitales, etc., si quienes deben ir a ellas se encuentran en un caos permanente en el transporte?
Si nos salimos del ámbito insular veremos que hacemos el ridículo cuando nos oponemos a estas obras, pues países como Estados Unidos iniciaron sus grandes obras de infraestructura urbana cuando arrastraban muchas dificultades educativas, de salud, en fin, de pobreza, y hasta pobreza extrema; China Continental, cuya economía crece un 9-10% por año, pero que todavía arrastra cientos de millones de sus habitantes en la pobreza, privilegia la carrera espacial, lo que vendría a ser un contrasentido, debido a su atraso en esa materia y al avance de otras naciones más desarrolladas que llevan bastante terreno adelantado, sin embargo, la exploración espacial y el desarrollo de la tecnología satelital son prioridades de las grandes potencias económicas del planeta.
En la Europa supermoderna se han presentado verdaderas tormentas políticas cuando se habla de remover los cimientos de esas culturas milenarias. Guardando las proporciones, uno de los metros de mayor oposición ha sido el de Atenas en Grecia, en donde los arqueólogos se levantaron con sus voces y argumentos, válidos muchos de ellos, que lograron detener la obra al paso de las milenarias ruinas del Partenón, el Templo de Hefesto, las sepulturas de Tolos, el Mausoleo de Halicarnaso, Delfos, el Templo de Apoleo, etc.; es decir, los grandes santuarios de esa Grecia clásica con una riqueza arquitectónica de diecisiete siglos antes de Jesucristo hasta el siglo XIII de nuestra era le fue removido el subsuelo porque Atenas, su capital, llegaba al límite de su capacidad para recibir los Juegos Olímpicos del 2004. Hoy, ese asiento de la cultura occidental presenta dos ciudades: una con el Metro y los tesoros encontrados que se exhiben en un gran museo subterráneo, y la otra, la moderna y organizada Atenas de siempre y para siempre.
El presidente Leonel Fernández, desde que asumió la Presidencia ha basado su creencia en el optimismo y la armonía para gobernar, sin embargo, parece que todavía hay gente que anda atada al retroceso y no a la difusión del desarrollo como decía Gunnar Myrdal, confundidos, quizás, porque el Presidente, en espíritu contemporizante y admirable equilibrio en medio de situaciones políticas y económicas de difícil conciliación y entendimiento, luce excesivamente receptivo y comprensivo a la opinión ajena.