La corrupción permea el mundo y se arraiga en sus sistemas institucionales. Las elites burguesas del actual estadio del desarrollo y subdesarrollo capitalistas han arropado la cultura occidental y del mundo con su cosmovisión utilitaria y hedonista, al tiempo que concentran el poder financiero, industrial y militar, la infraestructura del sistema mundial.
En su afán de controlar el mundo, lo primero ha sido sacar la religión de todas las esferas del Estado, la sociedad y la cultura. Encontrando razones suficientes en los fatales errores de las religiones que se plegaron a los poderes establecidos, derrotados secuencialmente tras la Revolución Francesa. Luego inventaron una “moral sin dogmas” (Ingenieros), y “religiones laicas” (Emerson). Reduciendo los valores a meras abstracciones, a conceptos normativos que dimanan de la conveniencia humana, en cuanto a la necesidad de organizar la vida en común (el estado). O basados en el orden natural de las cosas, la biología y las ciencias naturales. Como ya no necesitaban a Dios, colocaron en su lugar su nuevo ídolo, “La Ciencia”, (la Razón), obviamente, subordinada al Mercado (Mercurio). Pero contaban con el desarrollo de sociedades de iguales, de democracias que al madurar supuestamente tendrían un sistema institucional equitativo, justo e imparcial. Ocurrió, contrariamente, un desarrollo desigual, la evolución de naciones y fragmentos de naciones hacia el subdesarrollo y la inequidad; frustrando los planes de los ideólogos capitalistas (y socialistas). Pero, notoriamente, ha fracasado, en el sistema mundial, el supuesto de “la racionalidad humana”. Ciertamente, muy poco se parecen un capitalista depredador o un clase media consumista, a un ser racional orientado hacia la convivencia y la conservación del planeta.
Tras descartar religiones y religiosos, proclamaron que Dios, o no existía, no les servía, o les estorbaba. Por otro lado, los que actualmente se preocupan por la corrupción, por “la crisis de valores”, piensan, correctamente, que la clave está en “acabar con la impunidad”. Pero faltan elementos claves en sus análisis. Por ejemplo: Quiénes están en capacidad de establecer qué cosa es corrupción y qué no lo es; Cómo convencer a políticos y poderosos sobre quiénes serán metidos a la cárcel, y en qué orden; Quién los va a apresar, juzgar y encarcelar; Quién cuidará las cárceles para que no escapen. Hubo una vez un tabú, que a no pocos les pareció absurdo, irracional: “El amor y el temor de Dios sobre todas las cosas”. Máximo mecanismo de seguridad para que la sociedad humana no se descarriase. “Quitémonos esas cadenas”, dijeron príncipes y poderosos. “No hay Dios”, dijeron otros (Salmo 2)… Y el mundo cogió su propio rumbo, el del extravío. ¿Cómo dar marcha atrás? “Los malos no comprenden que por ser malos no comprenden” (del Cabral). Tampoco entienden ni aceptan que el mundo no marcha peor porque aún hay muchas gentes sencillas (pero sabias) que temen y aman a Dios, que son quienes sostienen este rancho desvencijado que es la actual convivencia humana. Sin temor de Dios, no se corregirán la impunidad ni la corrupción. Ni habrá paz ni convivencia entre individuos y naciones.