El 18 de julio de 2014 se cumplieron 100 años de la trágica muerte del entonces Jefe Comunal de Higüey. Era mi abuelo materno.
Manuel María Suero Ozuna nació en Higüey en 1866 y murió allí en la fecha arriba señalada. Era hijo reconocido de Francisco Suero y de Isidora Ozuna (Dolores). Sus hermanos fueron Ramón Suero Ozuna (de padre y madre), Félix Ozuna, Carlos Ozuna y Emeteria Ozuna (de madre). Casó en su pueblo natal con Luisa Otilia Guerrero, el 30 de septiembre de 1897. Con su esposa procreó 10 hijos que fueron Arminda, Manuel (Manuelito), Altagracia, Amelia, Genoveva, Matilde, Edelmira, Nereyda, Mirla y Manuel Bienvenido (Manuelsito), quien fue hijo póstumo. Fuera del matrimonio engendró a Patria, Tulio, Negro, Gustavo y María. La ocupación que figura en su acta matrimonial es la de zapatero, pero luego se dedicó al comercio de provisiones en el que hizo cierto progreso económico. Fue también propietario de terrenos de mediana dimensión, de los cuales todavía sus herederos conservan uno, sembrado de caña de azúcar, en el paraje de La Piñita. La descendencia del general Suero Ozuna comprende en la actualidad cuatro generaciones. Entre sus miembros se distinguen dos síndicos o alcaldes municipales (Manuelito Suero [fallecido], Higüey; Maritza Suero, actual alcaldesa de La Romana), un diputado (Barón Suero Cedeño [fallecido], dirigentes políticos, profesionales de distintas ramas de la medicina, del derecho, de la ingeniería, de las ciencias sociales, de la psicología, de la pedagogía, de la elaboración de cervezas, de los bienes raíces, de la coreografía y la danza, de los negocios, entre otras disciplinas. Asimismo, militares, ganaderos, comerciantes, ajusteros de cana, elaboradores de dulce de leche, mecánicos, estilistas, músicos, carniceros, ebanistas, y otros oficios.
Debo señalar que, en sus años de juventud, la persona que nos ocupa formó parte de la guardia del presidente Ulises Heureaux con rango que no preciso. De modo, que Manuel María tenía adiestramiento militar y, por tanto, conocía el uso de las armas de combate. Perteneció como odd-fellow a la Respetable Logia “Concordia” No. 8791, sita en El Seibo. Al final de su vida, en plena madurez, el presidente constitucional interino José Bordas Valdés lo nombró Jefe Comunal de Higüey con categoría de general, el 4 de diciembre de 1913. Nuestro personaje fue también militante político del partido de Juan I. Jiménez, conocido como de “los bolos”.
En cuanto a sus rasgos físicos y a su personalidad, se puede decir, de acuerdo a la historia oral transmitida por sus hijos e hijas, así como por personas que le conocieron y le trataron (todos ya fallecidos) que tenía fenotipo racial negro, más bien mulato. Era de complexión física delgada, alta estatura, robusto y bien formado. Gozaba de prestancia y de estimación entre sus compueblanos. Mantenía buenas relaciones sociales con las familias y personas distinguidas de su pueblo, del Seibo y de las comarcas circunvecinas. Sabía leer y escribir bien. Gustaba vestir con cierta elegancia trajes de buena tela. Era hombre correcto, trabajador, honesto, íntegro, valiente, de principios morales. Naturalmente, personas así no están exentas de tener también adversarios políticos y personales.
La situación social, económica y gubernamental dominicana de los tres primeros lustros del siglo XX estuvo caracterizada por el caos y las luchas intestinas entre caudillos regionales, urbanos y rurales. Después del magnicidio de Ulises Heureaux (Lilís) en 1899, nuestro país se vio sometido al desorden, a la inestabilidad y al descalabro económico provocados por la ambición y las apetencias de los políticos nativos. Ese orden de cosas se mantuvo hasta la primera ocupación del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica (1916-1924), con la excepción del régimen de Ramón Cáceres durante seis años (1905-1911). Fue la época de la anarquía, de las revueltas políticas descontroladas, denominadas “revoluciones”, encabezadas por supuestos líderes cuyo objetivo era deponer gobiernos o apoderarse de parcelas regionales de poder para el usufructo personal, de sus familiares, allegados y seguidores.
Fue precisamente en ese contexto político que se produjo el acontecimiento en que encontró la muerte trágica, pero heroica, Manuel María Suero Ozuna. El estaba enterado de que, a mediados del mes de mayo de 1914, una “revolución” procedente de El Seibo, asaltaría la villa de Salvaleón de Higüey. Por esa razón, desde hacia varios días, el había acuartelado un buen grupo de hombres armados para repeler el ataque del grupo invasor. Todo estaba preparado, pero según las informaciones recogidas por mí, personas adversas a él urdieron un plan para confundirlo. En efecto, interceptaron un emisario que le traía la confirmación de que la incursión armada estaba en camino. De modo que el mensaje no llegó a sus manos o habría recibido uno maliciosamente tergiversado. Pensando que la horda adversaria no vendría, el general Suero procedió a despachar a la tropa que había reclutado, cuyos miembros casi todos vivían en zonas rurales. Desafortunadamente, para su sorpresa, hacia las 9:00 de la mañana, la hueste enemiga estaba aproximándose a la entrada de la villa de Higüey. ¿Qué podía hacer ante esa situación? Ya sus hombres se habían ido. Estaba casi solo y el enemigo estaba a la puerta. Tenía tres opciones: poner pies en polvorosa y desamparar a su pueblo, deponer las armas y rendirse, o afrontar a los invasores. La primera alternativa habría sido cobardía. La segunda, humillación. Solo quedaba la tercera. Se decidió por esta última, con plena conciencia de que estaba en desventaja en cuanto a número de hombres y de armas. Haciendo, pues, caso omiso a las súplicas de su esposa y de vecinos para que no hiciera frente a los atacantes porque lo iban a matar, tomó sus armas y se encaminó al combate. Casi solo, acompañado de su joven hijo Tulio y algunos más, advirtió al cabecilla del grupo, Fidel Ferrer, seibano, maestro de escuela y “revolucionario”, que para tomar a Higüey tendrían que pasar sobre su cadáver. Así fue. Tras un enfrentamiento que se prolongó durante una hora o poco más, con bajas en ambos bandos enfrentados, cayó finalmente abatido el jefe comunal en el entorno del calvario de “las tres cruces”, que durante mucho tiempo marcaba la entrada de Higüey. El hecho ocurrió entre las 9:00 y las 10:00, o poco más, de la mañana.
Ha habido gente, de aquella época y de la actualidad, que han catalogado la acción del general Suero Ozuna como un acto de temeridad. Peor aún, como una actitud de ingenuidad, propia de una persona tonta, de un mentecato. Esa no es la lectura que la mayor parte de los higüeyanos han dado a ese acontecimiento. Estos, al igual que los descendientes del general Suero, consideran lo contrario. Su gesto podría ser visto, quizás, como temeridad, pero es innegable que fue un acto de arrojo, de intrepidez, de responsabilidad, de honor antes que vergüenza, de heroísmo. Particularmente, valoro y estimo que la hazaña que he descrito constituye una gesta local de la historia de Salvaleón de Higüey. El cabildo de esta ciudad así lo evaluó también para designar una de sus principales calles con su nombre. Sus descendientes nos sentimos orgullosos de su valor y de su ejemplo. Nadie ha podido decir nunca que el General huyó, deshonrando su cargo, en los que fueron los últimos momentos de su vida. Lo que se dirá siempre será que el entonces Jefe Comunal de Higüey cayó, pero con las armas en las manos defendiendo valientemente al pueblo que le vio nacer y de cuya defensa era responsable en esos momentos. ¡Honor a su memoria!