In memoriam Rafael Kasse Acta

In memoriam Rafael Kasse Acta

JOSÉ DEL CASTILLO
Cabello erizado, lentes de escafandra, andar pausado, hablar siempre amable e inteligente. Libanés por todos los costados, macorisano de cuna, patriota dominicano de la mejor estirpe. Una verdadera masa de pan de cereales nobles y miel dulce. De talante bondadoso y servicial, su casa estaba abierta a la amistad sin fisuras, al tiempo que en su consultorio brindaba asistencia dental casi gratuita.

Académico consagrado, supo combinar esta vocación con un compromiso político definido, ejercido con mesura e hidalguía.

En mis recuerdos adolescentes emerge su imagen en la brega gremial por agrupar a sus colegas en una sociedad odontológica. Luego vino el Partido Nacionalista Revolucionario encabezado por sus compueblanos Corpito Pérez Cabral y Dato Pagán, que operaba una escuela de formación política vespertina a la que acudíamos los jóvenes deseosos de nuevos conocimientos, situada en la primera cuadra de El Conde libertario de los 60. Allí estaba Rafael, junto al poeta Villegas, don Telo Hernández, y otros confabulados de sueños de redención.

Durante la revolución del 65, el doctor Kasse Acta ocupó su trinchera en el gabinete de Caamaño como subsecretario de Salud. Pero fue en casa de los Mejía Ricart, en la José Reyes, donde le veía con frecuencia en el grupo consultivo que integraban Hugo Tolentino, Marcelino Vélez Santana, Tirso Mejía, que actuaba de soporte a las labores de Jottin Cury y los demás negociadores constitucionalistas. O en las jornadas que organizaba el Frente Cultural encabezado por Silvano Lora para galvanizar el espíritu de resistencia de la gente.

Cuando regresé de Chile en 1971 me incorporé a la Facultad de Ciencias Económicas de la UASD, ganando varias asignaturas por concurso. Rafael Kasse Acta, Rector a la sazón, me mandó a buscar a su despacho, junto a otros colegas recién ingresados al Departamento de Sociología, como Max Puig y Walter Cordero. Nos quería tratar personalmente y mostró un interés especial por acogernos en la vieja casa de estudios.

Este reencuentro se vio reforzado por sus visitas dominicales al hotel Villa del Mar que administraba mi cuñado Ramón Hungría. En ese entonces yo era un habitué del hotel y disfrutábamos de placenteras charlas debajo de un paragüita en torno a la piscina, en compañía de mi hermana Flérida y su esposa Flor.

Estos nexos se hicieron más profundos al concurrir ambos alrededor del liderazgo que ejercía Juan Bosch en la vida política e intelectual del país. Formamos el Comité Dominicano de la Paz, presidido por Rafael e integrado por Emilio Cordero Michel, Jottin Cury y quien escribe, quienes viajamos al Congreso Mundial celebrado en Moscú en noviembre de 1973. En Madrid, París, Moscú, Leningrado, compartimos todas las actividades de esta memorable experiencia. Asimismo, impulsamos en el país los trabajos de solidaridad con Chile en un Comité presidido por Vicente Bengoa.

La pareja haitiana formada por Gérard Pierre-Charles y Suzy Castor, que fungía en la UNAM como cabeza de los estudios caribeños, fue nuestra anfitriona en México cuando ambos participamos en seminarios sobre estos asuntos. La problemática haitiana nos perseguiría como motivo de preocupación.

Entre 1974 y 1977, mientras ocupaba la Dirección de Investigaciones Científicas de la UASD, acudían diariamente a mi despacho uniformados con sus batas blancas Rafael Kasse Acta, Federiquito García Godoy, Morbán Laucer, Gonzalo González Canahuate, a los cuales se sumaban Ciriaco Landolfi con su infaltable tabaco, Andresito Avelino, Pedro Mir, Alberto Malagón y José Antinoe Fiallo. Se discutía de academia, historia, filosofía y política, estimulado el debate por un humeante café recién colado.

Por aquel entonces, coordiné junto a Franklin Almeyda los trabajos para llevarlo nuevamente a la rectoría de la UASD, en un intento fallido, como fuera fallida su aspiración a la candidatura vicepresidencial del PLD en 1978, ganada por mi compañero lasallista y del FURR Rafael Alburquerque. Estuve a su lado esa noche cuando lloró lágrimas de hombre.

Por muchos años formamos parte de la peña de los comehelados de los Capri, como nos bautizaran Jottin Cury y José Israel Cuello, integrada por profesores de la UASD y otros amigos. Este grupo se trasladaría más adelante al Bar América, frente al Padre Billini, para mudarse luego a la Cafetera Colonial de Franquito, a la heladería Los Imperiales y finalmente a la cafetería El Conde, frente al parque Colón, conocida también en los medios literarios como Palacio de la Esquizofrenia. Asimismo compartimos asiento en la peña de Cuchito Alvarez, que se reune cada domingo en las oficinas del director de HOY.

De aquellos grupos dotados de vivaz locuacidad y sapiencia, de gracia en el contar y vivencias mágicas, quedan las estampas entrañables de Dato Pagán Perdomo, Pedro Mir, Freddy Prestol Castillo, Enriquillo Rojas Abreu, Felo Haza del Castillo, Manuel Mañón Arredondo y José Aníbal Sánchez Fernández, entre otros que ya realizaron el viaje sin regreso antes que Rafael.

Pero el punto más permanente y peculiar, que da fe de la vocación tertuliante y conciliadora  de Rafael Kasse Acta, es la  peña que animaba todos los domingos y feriados en su modesto hogar del ensanche Julieta. Allí, agasajados con agua, refrescos y café, asistían personas de todas las orientaciones políticas y formaciones profesionales a departir sanamente sobre los más variados tópicos del acontecer nacional e internacional, y acerca de temas históricos y culturales.

Su partida deja un vacío casi imposible de llenar. Con él muere una tradición de hombres de espíritu superior, acunada en su Macorís del Mar, cuando se asomaba adolescente a los encuentros literarios que propiciaba en su farmacia Virgilio Díaz Ordóñez (Ligio Vizardi). Hábito que luego continuaría en Santo Domingo, al acudir diariamente a la tertulia de la Farmacia Gómez en la calle El Conde.

Llevado de la mano de Rafael Kasse Acta recorrí las huellas de la provincia proletaria y salobre, yendo por los bateyes de Consuelo y Las Pajas y los hogares cocolos de Miramar donde se hornea el mejor pan y se rinde culto a la honradez y a la lectura de la biblia. Primo y los guloyas, viejos músicos, veteranos sindicalistas, artesanos y predicadores, toda gente de trabajo, me fueron presentados por Rafael.

Gracias a él conocí a sus mayores libaneses en las personas de su padre y sus tíos, Elías Acta y el patriarca Abraham Acta, en cuya espléndida mesa degusté las exquisiteces árabes. Mi amistad con los Hazim  -Georgito, don José y Josecito- se fraguó bajo sus auspicios, así como propiciatorias fueron las visitas a Pedro Justo Carrión, los Richiez Acevedo y Piri Mendoza, memorias vivientes de su terruño azucarero.

Fue Rafael quien recomendó a Jean Haché que me invitara a ofrecer una charla sobre la inmigración árabe en Santo Domingo en los salones del Club Sirio Libanés Palestino. Y fue él quien solicitó a Juan Bosch, junto a Jorge Yeara Nasser y Andón Jaar, que dictara en el auditorio del Colegio Don Bosco un ciclo de conferencias sobre la historia de los pueblos árabes, origen del libro homónimo.

Siempre admiré sus profundos conocimientos sobre los asuntos del Medio Oriente y fui solidario con sus posiciones cuando reflejaban un enfoque justo sobre una materia tan compleja y conflictiva.

Hoy, cuando ya no se encuentra físicamente entre nosotros, me quedaré asido a la bondad mansa que irradiaba, a su afecto casi paternal y a su honradez sin tacha. Porque un hombre como Rafael Kasse Acta nace como pocos para sembrar valores en el trayecto de una vida ejemplar.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas