In memoriam: Rosa E.  Pérez de la Cruz

In memoriam: Rosa E.  Pérez de la Cruz

Disipado el efecto emocional ocasionado por la infausta noticia de la muerte de la doctora Rosa Elena Pérez de la Cruz, justo es recordar, aunque sea a través de la magia de la palabra escrita, a una dominicana excepcional, no sólo por su alta estatura intelectual, sino también por su inmensa calidad humana. De ésta fuimos inmensamente beneficiados porque Rosa Elena fue para mí una especie de agente bibliográfico en México, como yo lo fui para ella en nuestro país.

Nació Rosa Elena Pérez de la Cruz en el Municipio de Yamasá, el 28 de agosto de 1949. Fueron sus progenitores el señor Evaristo Pérez y doña Luz Enelisa de la Cruz, padres de una numerosa familia, ejemplo de moral y de unidad, valores que Rosa Elena tuvo presentes en todos los actos de su vida.

Su educación básica la obtuvo en el lugar de su nacimiento. Luego ingresó a la Escuela Normal Félix Evaristo Mejía donde se graduó de Maestra Normal en 1969.

La comunidad de Yamasá, históricamente influenciada por los mejores ejemplos de la religión cristiana, realidad esta que acentuada por los lineamientos espirituales de la Santa de Ávila, Teresa de Ahumada y Cepeda, “la andariega de Dios”, como la identifica su biógrafo Marcelle Anclair, marcaron la vida de la futura filósofa y maestra.

Es posible que en ese camino, abierto a la meditación y a la contemplación trascendente de la vida humana, Rosa Elena se identificara desde temprana edad con la historia de la filosofía, entendida ésta como “amor a la sabiduría”, según su clásica definición, y a la que se entregó posteriormente con toda su capacidad interpretativa hasta lograr el dominio de sus múltiples peculiaridades conceptuales.

Como resultado de su formación docente, Rosa Elena se desempeñó como profesora de la escuela Normal Emilio Prud´Homme de la ciudad de Santiago, labor que compartía con la atención a un grupo de niños de la parroquia de La Altagracia. En esta formó un coro para el que compuso canciones, y deleitaba a su infantil auditorio tocando la guitarra, instrumento que manejaba con gran habilidad, al decir de quienes tuvieron la oportunidad de escucharla.

Cuando Rosa Elena llegó a México por primera vez en busca de nuevos horizontes culturales y académicos, llevaba consigo los elementos distintivos de nuestra cultura secular, enclave primario de la acción hispánica en el Nuevo Mundo. Esto le permitió, además, asimilar con facilidad las nuevas oportunidades que se le ofrecían en el campo del saber.

Esta realidad histórica la destaca el Lic. Alejandro Arvelo en un sentido artículo publicado unos días después de la inesperada muerte de Rosa Elena: “Su vida, dice, estuvo orientada, más que a la búsqueda de la gloria pasajera, a esculpir su morada interior y a dejar saber a México, su patria de adopción, cuanta grandeza olvidada del mundo hispanoamericano quedó prendida en este doblón de América que hoy lleva el nombre de República Dominicana”.

Sería imperdonable desconocer que así como México se convirtió en patria de adopción de Pedro Henríquez Ureña, Rosa Elena encontró en este país las oportunidades para satisfacer sus ansias de saber, contando para ello con profesores de la estatura profesional del doctor Leopoldo Zea y la Maestra Carmen Rovira, quienes heredaron la experiencia del circunstancialismo orteguiano que se asentó con la doctora María Zambrano, así como el análisis de la historia de las ideas que surgieron de la cátedra del venerable José Gobes, para formar en México una escuela filosófica con sello propio, donde no ha faltado tampoco la impronta del maestro Eduardo Nidal.

En esa fragua de excelencia académica, pudo la maestra dominicana valorar los temas esenciales del quehacer filosófico hasta obtener, en 1978, el título de Licenciada en Filosofía en la Universidad Autónoma de México, así como una maestría en Enseñanza Superior en la Universidad de La Salle.

De la lectura de su nutrido currículo se colige que su empeño por superarse profesionalmente fue una tarea sin tregua, pues entre la UNAM y la Universidad de La Salle realizó más de una veintena de cursos de Didáctica Universitaria, Metodología de la Investigación, Didáctica de las Humanidades, Didáctica de la Filosofía, Práctica docente en Filosofía, Planes y Programas de Estudios, la Pedagogía como Ciencia Tecnológica, entre otros.

No es de extrañar, pues, que por su dedicación al estudio y a la docencia, la UNAM y La Salle le otorgaran, entre 1980 y 1990, cinco distinciones académicas con categoría de mención honorífica.

En el área de su especialidad perteneció a la Asociación Filosófica de México, al Círculo Mexicano de Profesores de Filosofía, y desde 1977 hasta su muerte impartió docencia en la Universidad Autónoma de México, y en la Universidad de La Salle. Antes había laborado como docente en la Universidad Católica Madre y Maestra de nuestro país, donde dictó los cursos Introducción a la Filosofía (1975-1977) y Ética Profesional (1976-1977).

Entre 1977 y 1991 impartió diez cursos para la formación de profesores, al tiempo que dirigía varias tesis de post grado acerca de la “enseñanza de la historia a nivel superior”, el “concepto de arte en los filósofos del siglo XX: Antonio Caso y Samuel Ramos”; pero su labor docente más destacada, tanto en la UNAM como en la Universidad de La Salle fue, desde 1979, en la formación de profesores.

En este periodo fue notable su productividad en el desempeño académico, al tiempo que publica artículos y ensayos en revistas especializadas e intervenía en coloquios, en seminarios, y en congresos realizados tanto en México como en el exterior. En cada una de estas actividades, los temas de su interés fueron la filosofía, la sociología y la antropología cultural. Sirvan de ejemplos: La Libertad Radical en J. P. Sartré (1980); Filosofía, Hombre y Educación. Una aproximación a nuestra realidad; El Personalismo. Una respuesta a la problemática educativa actual (1989); Las Categorías hombre-libertad en el pensamiento sartriano (1991); Fary Pedro de Córdoba (1992); El sueño hispanoamericano de Pedro Henríquez Ureña. Un reto ante la crisis hoy (1993); Hostos y el Positivismo en Santo Domingo (1994); La Antropología existencial de J. P. Sartré (1991); A. Sánchez Valverde (1995); La Crítica de Pedro Henríquez Ureña al positivismo comtiano (2003); concepción del hombre en la obra de Pedro Henríquez Ureña.

Pedro Henríquez Ureña fue un tema recurrente en la producción de la doctora Rosa Elena Pérez de la Cruz. Por él sintió gran admiración y respeto. En esa línea de pensamiento debo recordar la ponencia presentada en 1996 en nuestro país con el título: “La función de la utopía en la América Hispánica, según Pedro Henríquez Ureña”, en el homenaje organizado por mí en ocasión del cincuentenario de la muerte del insigne humanista.

Además de sus afanes filosóficos, también Rosa Elena incursionó en algunos aspectos de la historia dominicana. Ejemplo: Relación de España- Santo Domingo en el siglo XIX (1998); La condición social de la mujer negra esclava en La Española, una visión intercultural (2004); La condición social de los negros en La Española (2004).

No ha de extrañar que Rosa Elena como filósofa se sintiera atraída por la antropología cultural o filosófica, ya que el tema del hombre ha sido y es preocupación filosófica permanente. “Todo Filósofo tiene que enfrentarse con él en uno u otro momento de su ida”. Valgan los ejemplos de Wilhelm Dilthey: Hombre y Mundo en los siglos XVI y XVII, y de Xavier Subiri: Sobre el hombre.

Lo que sí debe extrañar es que sea la compleja personalidad del autor de la Náusea tenia preferente en sus meditaciones acerca del existencialismo.

En una de sus frecuentes visitas a este su país natal, y mientras comentábamos la obra Triángulos Amorosos de Barbosa Foster, Michael Foster y Letha Hadady, donde se pueden leer expresiones como esta de Simone de Beauvoir: “El Matrimonio encuentra su satisfacción natural en el adulterio”, le pregunté las razones de su interés por la obra de un existencialista como Sartré, corriente filosófica con la que guardaba, al parecer, visible distancia. Ella me respondió con una frase que luego descubrí que era del propio Sartré al enjuiciar favorablemente a Gustav Flauver: “Porque es lo contrario de lo que soy yo”. Parece que ella ya había leído la compilación de Juan José Sebreli: Sartré por Sartré. (Continuará)

Publicaciones Relacionadas

Más leídas