Daños a una planta de generación eléctrica en La Vega causados con disparos y algunas bombas caseras parecerían anunciar el surgimiento de un grupo llamado Resistencia Popular Duartiana. Los sabotajes con epígrafes revolucionarios y como pretendida expresión de lucha popular están categóricamente reprobados por la nación que no puede hallar en actos de esta naturaleza criminal algún sentido ni valor para la solución de problemas sociales, y mucho menos para los que tengan que ver con la escasez y alto precio de la electricidad. Tampoco valdría este tipo de destrucción para el supuesto propósito de llamar la atención y lograr objetivos. Aunque algún grupo radical y políticamente desubicado no lo crea, en este país la gente milita y reclama cada vez con más intensidad y responsabilidad para que se atiendan sus justos reclamos sin necesidad de dañar vidas o bienes.
Sobran los comportamientos irracionales y los signos terroristas. Contra el sistema eléctrico no puede puede estar dirigida ninguna acción dañina, pues uno de los reclamos nacionales más insistentes es el de recibir un suministro de energía constante y eficiente. Se trata de un sistema o infraestructura que casi en su totalidad, y sobre todo en sus objetivos, pertenece a todos los dominicanos, que lo sustentan pagando facturas o pagando impuestos. hasta el simple acto de destruir un contador va contra los intereses del pueblo.
En respeto a la noble pequeñez
Existe una forma pesimista -pero con algún fundamento- de valorar a las organizaciones políticas de escaza o ridícula membresía. Suele vérseles como proyectos del oportunismo arribista y mercantil para lucrarse por vía de la adhesión a los grandes partidos. Pero los grandes podrían estar aún más reñidos con la ética y resultar los principales corruptores con la práctica del clientelismo y la compra de conciencias. Suponer que las entidades partidarias son necesariamente indignas por pequeñas no sería justo en toda extensión.
Lo válido y justo es que la democracia ofrezca oportunidades al surgimiento de ofertas políticas aunque se trate de grupos que partan casi de cero en militancia. Aquí, real y efectivamente, la inmoralidad no tiene preferencias de tamaño. Tampoco la virtud. Cualquier propósito de apreciable contenido programático viable debe merecer respeto aunque se inicie con escasez de seguidores.