En los días finales del presente mes nos abruma el haber vivido y ser testigo de un mes trágico por la cantidad de muertos registrados. Tan solo en el fin de semana del 8 al 10 fueron contabilizados 44 fallecidos por diversas vías, principalmente en la de tránsito.
Para por las causas ya conocidas. Las imprudencias en la conducción de vehículos tienen la más alta cuota. Las causas son diversas y siempre han estado vigentes en la vida en sociedad de los dominicanos. Y esas causas van desde ahogamientos, electrocuciones, riñas, asesinatos por celos o asaltos, suicidios hasta llegar a mortífera cuota de los accidentes de carreteras.
El penoso accidente del pasado día 9, que cobró la vida de 18 personas, tuvo su origen en las imprudencias e impericia de los conductores. Son varios los culpables. Primero están las autoridades que han permitido desde siempre el transporte de personas en camiones pequeños, en mal estado y en exceso, que preparan el ambiente para situaciones de desastre. Aun cuando eso no ocurre siempre y la costumbre hace ley, se acepta tales prácticas en los motores, conchos, voladoras, autobuses y camiones.
Existe un aumento en la circulación de los vehículos de transporte público y de carga, aparte de los motores, en donde se aglutinan la inexperiencia, temeridad e irresponsabilidad de los conductores con la lasitud y pocas ganas de trabajar para aplicar la ley de las autoridades. Eso es una fórmula mortal para provocar accidentes con los resultados que después todos lamentamos. Y luego nos olvidamos hasta la próxima tragedia.
Es normal e indiferente para el público ver los motores hasta con cinco personas en especial niños; camiones pequeños atestados de personas que va o vienen de una vela, rezo, misa o fiesta campestre. Tales ocurrencias son preludios de tragedias que casi nunca ocurren y continúa la práctica normal y luego como consecuencias de un largo y feliz día de compartir o rezar, el cansancio hace su aparición y se mezclan muchos ingredientes para ambientar la posible tragedia de la carretera.
Ya los choferes responsables de grandes camiones no aparecen. Muchos recordamos aquellos choferes que se destacaban por su experiencia, calma y edad conduciendo aquellas patanas cargadas de refrescos, cerveza, cemento, harina, acero sin ningún contratiempo. Al menos que lo asaltaran. Ahora vemos jóvenes choferes al frente de grandes maquinarias rodantes y especial cuando arrastran un remolque, cosa que en este país debe prohibirse por los peligros y condiciones de las calles y vías, por el irrespeto ciudadano que campea en ellas.
Ese lamentable accidente del pasado día 9 permitió darnos cuenta que los responsables fueron las autoridades viales. Estas, con su dejar hacer, permite que todos actuemos como chivos sin ley en el uso de las vías públicas, ya sea como peatón, pasajero o conductor.
Ese aumento en la tasa de muertos en accidentes tal como los narrados aquí, es parte de derrumbe social existente por la quiebra de todos los valores cívicos y morales. Estos eran los que distinguían al país apegado a un código de conducta responsable y armónico con los demás. Eso ya no existe, ahora cada quien se la busca con el cuchillo en la boca para satisfacer sus ambiciones de fortuna a la mayor brevedad y reflejándose penosamente en el comportamiento en las vías públicas de pasajeros y conductores.
Entonces resulta inadmisible que ocurran en un país supuestamente en desarrollo y una sociedad organizada tantas tragedias con un costo de vidas humanas útiles en un corto período de tiempo. Eso indica que hay otros elementos en el ambiente que obnubilan y bloquean a las autoridades y sociedad civil responsables para dedicarse de lleno a procurar los medios para evitar o reducir que ocurran hechos de esa magnitud mortal.
De ahí que siquiera una vez en la vida, los dominicanos hiciéramos un alto en el sendero equivocado que transitamos de tan solo buscar beneficios. Se atropella a los demás para solo satisfacer nuestros intereses. No podemos darnos cuenta que no es tan solo poseer excelentes carreteras, hospitales bien equipados y muy pintaditos o escuelas sembradas por doquier incluso en pantanos a orillas del río Ozama. Es que debemos volver la mirada hacia nosotros mismos que estamos procediendo de una forma tal que casi ya estamos derrumbando aquellos criterios de que éramos un pueblo hospitalario y feliz.