¡Inaudito!

¡Inaudito!

Aún no salgo del asombro. La información publicada por este diario refiere del asesinato del niño Yoscar Aybar González ¡para quitarle cien pesos! ¡Cien pesos! Dios mío, pensé, ¡hasta dónde hemos descendido! El padre del niño muerto, Santos Aybar, les dio ese dinero al fenecido y a otro hijito, Edwin Nandito, para que comprasen dulces. Los acusados de matar a Yoscar, Raulín Díaz Santana y Luilly Manuel Castillo González, trataron de quitar el dinero a los dos infantes. Estos gritaron para llamar la atención de su progenitor, quien los auxilió e impidió el robo.

Los maleantes, dos jóvenes, huyeron. Volvieron a poco, armados ahora, y dispararon contra el padre y los niños. ¡Increíble! ¡Por cien míseros pesos, que por estos tiempos no alcanzan para comprar una mala camisa! Dios mío ¡estamos tocando fondo! Y para que no queden dudas de lo bajo en que nos encontramos, contemplamos otro asesinato sin sentido en el barrio 24 de Abril, en el nordeste del Santo Domingo del Distrito Nacional.

Conforme cuenta la información, que también publica este diario, Marco Antonio Durán Guzmán murió abatido por disparos que le hizo Juan Pablo Ortiz Martínez. ¿Discutían sobre la inmortalidad del cangrejo o por la forma en que nuestros antípodas permanecen pegados a la Tierra? ¡No, qué va! ¡Ojalá se hubieran enredado en una disputa por temas trascendentes como éstos! Marcos Antonio se detuvo frente a la casa de su homicida para cruzar hasta un colmado y comprar una cerveza. Tal vez el matador le pidió que no estacionase allí. Tal vez discutieron. Tal vez la víctima hizo alguna señal inconveniente.

Nada justificaba los disparos que le hizo Ortiz Martínez. Los hizo, sin embargo, llenando de dolor y luto a la familia del muerto. Pero de igual modo, cubriendo de pesar a sus propios familiares que ahora lo verán acusado y condenado por una futileza. O mejor aún, por una idiotez.

Así anda el país, lleno de querellas inútiles y de imbecilidades siniestras. Porque tanto la muerte del niño Aybar González como la del chofer Durán Guzmán, son inexplicables. Cien pesos ya no es dinero para justificar el ataque contra un padre y dos niños. Un espacio en una calle, utilizado para temporal estacionamiento, tampoco es causa de un ataque mortal. Los cien pesos en Baní y el lugar empleado por Durán Guzmán para detener el vehículo que manejaba, no son causa de homicidios.

Salvo, por supuesto, que estemos volviéndonos locos.

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