La grave denuncia sobre tráfico de viajeros ilegales haitianos que encuentran abiertas las puertas del país cuando se acogen a una cadena de sobornos a autoridades sin pudor explica muy bien lo que a diario los dominicanos observan de uno a otro confín: la presencia numerosa y creciente de inmigrantes indocumentados desempeñando múltiples oficios y dominando ya una buena parte de la economía informal. Lo dicho el sábado de manera responsable por el Servicio Jesuita a Refugiados sobre el descontrol fronterizo encaja perfectamente con lo que días antes pregonó la Federación Nacional Unitaria de Sindicatos de Trabajadores de la Construcción en el sentido de que ni el Gobierno ni los ayuntamientos del país está dando prioridad al empleo de la mano de obra local, más calificada aunque probablemente de un costo algo mayor.
Esto equivale a acusar al Estado de estar violando de manera masiva sus propias leyes y reglas sobre las condiciones legales que debe reunir cada trabajador para vender sus servicios en el territorio nacional. Esta política antinacional necesita, desde luego, que esos extranjeros entren sin ninguna restricción al país aun cuando creen una situación peligrosa socialmente, pues lo correcto sería que la nación solo importe mano de obra cuando sus propios recursos humanos no basten en áreas específicas.
Persistencia de la arrabalización
El principal campus universitario del país, correspondiente a la Autónoma de Santo Domingo, continúa ocupado y entorpecido en su entorno por la proliferación de un irritante comercio ilegal. Un cordón de negocitos sin orden que daña el ornato, obstaculiza el tránsito y facilita en ocasiones la infiltración de infames traficantes. Se le ha buscado la vuelta a tan penosa situación para que la actividad que pueda ser legítima de los buhoneros esté sujeta a límites, para lo cual deben ser trasladándolos a un lugar cercano.
Pero la rebeldía de algunos de los intrusos complica continuamente el logro de una salida. En nombre de un inaceptable padrefamilismo, grupos de los vendedores se empeñan en permanecer en la anarquía arrabalizando los alrededores de la Universidad Pública. Es ya impostergable que cese esa resistencia y que los ocupantes de la afectada periferia se sometan al propósito de reubicarlos para bien de la UASD.