De súbito aparece reducida la capacidad de aerolíneas de responder con calidad de servicios a usuarios del país que reclaman puntualidad de salida y llegada de vuelos, entrega sin demora de equipajes y cero cambios bruscos en las ofertas de cupos que solo deben fluctuar por temporada.
Es cierto que los comportamientos anormales del clima pueden entorpecer ocasionalmente operaciones aéreas pero la seguridad de los aviones está basada en la planificación previsora y el conocimiento más anticipado que antes de la llegada de fenómenos atmosféricos ya es posible gracias a los progresos de la meteorología. El futuro no puede traerle sorpresas a los pilotos. A los viajeros, tampoco.
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Por reglas propias de la industria de la aviación, o por exigencia de las autoridades locales, no deben expedirse pasajes (mucho menos en sobreventa) ni suscribirse compromisos de cumplimiento con los adquirientes si es previsible alguna interferencia sobre las rutas a causa de mal tiempo.
Por demás, es inaceptable que empresas de viajes incumplan obligaciones de trasladar en picos de demanda a numerosos pasajeros por no disponer en un momento dado, y bajo contratos de permanencia, de los recursos humanos especializados que les son imprescindibles. Fallas gerenciales que arruinan los planes y perjudican intereses de un gran número de personas con metas ineludibles en tierra firme. Las normas aeroportuarias deben proteger a los clientes para que sean prioridad en aerolíneas.