Incidencia del escenario en la narrativa hispanoamericana

Incidencia del escenario en la narrativa hispanoamericana

La historia no registra el momento preciso cuando el hombre aparta el paisaje del todo, de la naturaleza bruta, pero cuando lo hace inmediatamente  se vuelve escenario. Con el paso del tiempo el ojo del artista plástico lo explota  como un recurso visual pictórico. Es el primer valor que tiene. Su entrada en los cuentos y novelas, como parte de la literatura, vendrá después. Aunque hay temas de paisajes rupestres en cuevas y utensilios de uso doméstico, a los chinos se les atribuye el descubrimiento y uso del paisaje para el gozo estético, ya que en el siglo V lo trabajaron en sus pinturas. La explicación está en  que sus éticas religiosas como el budismo y el brahmanismo tenían una visión estética de la naturaleza, lo que fue muy favorable para la aparición y documentación visual del paisaje. Desde las pinturas rupestres hasta casi el romanticismo, la naturaleza no aparecía nunca en las obras pictóricas como paisaje.

El paisaje o escenario tiene un uso muy particular cuando entra en la literatura, a través de las novelas románticas y del periodo criollista, válido de manera muy particular para algunas literaturas regionales. Es el recurso que permite al escritor presentar mediante la fuerza de las palabras el mundo que habitan los personajes de la historia. Es con el paisaje que trabaja y prevé todo lo que el lector debe ver en un cuento.

No se trata de hacer geografía narrativa. El paisaje constituye esa área de la superficie terrestre escogida intencionalmente para que se convierta en el espacio de interacción de los diferentes personajes presentes en la historia y que tiene el valor de producir una referencia visual en el lector.

Todo paisaje está compuesto por elementos que se articulan entre sí y que aparecen en la historia porque inciden en  la acción humana o el comportamiento psicológico de los personajes.

De ahí que el paisaje sea concebido como un espacio organizado a conveniencia del escritor, constituye el marco estético de la actividad humana, forma parte de los nexos reales que necesitan los personajes para anclarlos en la historia.

El paisaje, en todo momento, constituye un recurso útil y de primer orden en los vínculos humanos y sus asociaciones necesarias. Ayuda a los lectores a comprender cómo y en qué lugar los personajes ponen los pies sobre tierra firme.

Para trabajar el paisaje en un cuento hay que tomar en cuenta el lugar que ocupan en la historia el espectador –que hace de personaje o narrador–, el paseante o personaje que se desplaza, y, por último, el lector, que forma parte de la historia fuera de la historia. Sencillamente porque no existe una estética del paisaje hasta que esta sea organizada o asumida por el lector, y para esto el escritor tiene la responsabilidad de identificarlo, reproducirlo de manera eficaz, con las palabras necesarias.

Hay cuatro escritores que trabajan el paisaje transformado en escenario con un valor narrativo excepcional y ofrecen al lector un pasaje que envuelve, fascina y abruma. Son ellos Juan Carlos Onetti, Juan Bosch, Rafael Ramírez Heredia y Roberto G. Fernández. A través de ellos veremos cómo incidió el paisaje con su carga visual en la literatura latinoamericana.

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