Incolora, inodora e insípida

Incolora, inodora e insípida

Este país ha dado saltos enormes en sus avances tecnológicos, en materias que comprometen un amplio abanico de disciplinas.

El auge indetenible de las telecomunicaciones, que ha convertido este renglón en uno de los componentes de mayor aporte al Producto Interno Bruto (PIB), ha llenado nuestras ciudades y campos de antenas que sirven de enlaces a sistemas de comunicación como la telefonía celular.

Sería interesante saber cuáles criterios se han seguido para autorizar instalaciones de torres de antenas o “células” de emisión y recepción para telefonía y otros menesteres.

Está científicamente demostrado que las señales  radioeléctricas tienen efectos sobre el sistema nervioso de las personas y los animales, sistema que, por cierto, es esencialmente electroquímico.

 Organismos estatales de países como Estados Unidos, Canadá y prácticamente todos los de Europa y Asia han establecido límites para las emisiones radioeléctricas a que puede ser sometido el cuerpo humano.

SAR, por ejemplo, es la abreviatura de Specific Absorption Rate, en español “Tasa o Coeficiente de Absorción Específica”, que se refiere a la potencia que una onda electromagnética no ionizante puede depositar en el cuerpo humano con riesgo de provocarle daño. Los fabricantes de celulares y equipos afines tienen que respetar al pie de la letra estos parámetros para poder obtener autorización para lanzar al mercado un dispositivo cualquiera.

La pregunta clave es si en la República Dominicana se hacen respetar estos parámetros para autorizar la instalación de antenas transmisoras-receptoras en lugares densamente poblados.

Las emisiones radioeléctricas forman parte de los contaminantes inevitables del progreso de los pueblos. Es incolora, inodora invisible e insípida, pero está por todas partes y tiene sus efectos sobre  los humanos. ¿Estamos haciendo respetar los límites de estas emisiones?

Nosotros y la apertura

El esquema de la globalización comercial ha colocado a nuestro país ante oportunidades y retos que solo pueden ser encarados en base a eficiencia.

Por un lado, la apertura de los mercados externos, y en particular aquellos con los que hemos suscrito tratados de libre comercio, nos da la oportunidad de colocar nuestros productos a las órdenes de la demanda de esos mercados.

Por el otro lado, la misma apertura nos obliga a suprimir barreras para que puedan entrar a nuestro mercado productos de origen externo, muchos de los cuales compiten con nuestros propios productos.

El común denominador entre la oportunidad y el reto es la competitividad y ésta, a su vez, tiene como  base la eficiencia.

En un trabajo de la autoría de Antonio Isa Conde publicado este domingo en la página 5 de la sección Economía de este diario, se señala que hemos sido mucho más veloces en abrir nuestro mercado que en transformar nuestra propia estructura para poder competir en otros mercados.

Sin duda, estamos  ante la realidad de un mercado nuestro abierto y lleno de productos extranjeros que compiten con los locales y un mercado externo abierto a nuestros productos en el que no estamos en condiciones de competir. En eso consiste el desafío que tenemos por delante.

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