Incompatibilidad de la libertad con un sentido para la historia

Incompatibilidad de la libertad con un sentido para la historia

POR LUIS O. BREA FRANCO
Dominar la historia, desentrañar sus leyes y su sentido, liberar al ser humano de la necesidad y del azar y al mismo tiempo construir el reino de la libertad, ha sido el anhelo y el desvelo constante de los más apasionados luchadores por edificar el orden de la dignidad humana.

Si observamos con atención los acontecimientos, el despliegue empírico de la historia en los últimos tres siglos –los siglos de la modernidad-, podremos percatarnos de que no hay nada más difícil de conjugar que un equilibrio fáctico y funcional entre el ejercicio de la libertad y el imperio de una interpretación de la Historia.

Dominar la historia, desentrañar sus leyes y su sentido, liberar al ser humano de la necesidad y del azar y al mismo tiempo construir el reino de la libertad, ha sido el anhelo y el desvelo constante de los más apasionados luchadores por edificar el orden de la dignidad humana.

Si ha existido en algún momento un ejemplo de esta inestable relación, su duración ha sido breve y nebulosa, y ha surgido, más que de una voluntad clara y decidida de construirla o de un designio racional de establecerla, fruto del caos y el acaso.

Desde los inicios de su despliegue, con Leibniz, la modernidad intentó conjugar en una «teodicea» la revelación cristiana con el avance y la consolidación de la ciencia y técnicas modernas, en una visión coherente que diera razón del sentido del mundo en su totalidad, reuniendo los diferentes componentes divinos, naturales y humanos en una sola dirección, en un sólo sentido.

Creo que se puede decir con propiedad, que desde el siglo XVII hasta los teóricos del choque de civilizaciones y de la Yihad en el siglo XXI, se ha buscado en la dimensión de la teoría desbrozar el camino para edificar en la Tierra el imperio de alguna Idea, que se ha concebido como finalidad de la Historia (se conciba como un Dios, la construcción del Comunismo, de una Comunidad Nacional o, pura y simplemente, como la liberación del demonio, o del mal) y, desde tal orden, se pretendería determinar el ámbito del dominio de la «libertad».

Este es el sentido moderno que se da a la expresión evangélica: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Se comienza con postular una idea como el sentido y meta del ser y hacer humanos, y desde ella se ha pretendido definir un espacio a la libertad.

Sin embargo, como he indicado, esta conjunción se ha revelado, en los hechos, como un sueño siempre recurrente y siempre fallido en cuanto a su cimentación operativa, real.

Los aspectos problemáticos a que apuntan estas dos ideas constituye el centro de las preocupaciones del pensamiento y la acción revolucionaria de Aleksandr Herzen.

Para situar a Herzen, recuerdo aquí, que la actitud vital dominante en él nace con el impacto doloroso que le produjo un acontecimiento histórico que dominaría psicológicamente su existencia: el sacrificio de sangre de los decembristas, con que inicia la era despótica del zar Nicolás I, el año 1825.

Sin embargo, serían el fracaso y las negativas consecuencias de las fallidas revoluciones del 1848-49, las circunstancias históricas que dominarían en sus reflexiones políticas y revolucionarias.

Por el fracaso del 1848, Herzen comenzó a pensar profundamente cómo habría que relanzar la lucha revolucionaria, y desencantado de Occidente, se concentra en buscar un papel estelar al «muzik» -al campesino ruso, una humanidad sin historia, fuera del tiempo- que en lo adelante concebiría como el tipo humano que salvaría a Rusia del dominio pequeño burgués –la última y más destructiva plaga de la Tierra, según expresaría plásticamente algunos años más tarde, Nietzsche.

Frente a la concepción dialéctica de la historia que postula la existencia de un hilo conductor causal, que permite reunir el pasado con el futuro y abre la posibilidad al conocimiento de su significado y a la captación de la dirección de su sentido, Herzen considera que el ser humano debe dedicarse a examinar y a cambiar el sentido del presente, que es la única realidad consistente a la que tenemos acceso; la tarea habría de ser edificar y mejorar el lugar concreto en que nos es dado habitar en el propio tiempo.

Herzen rechaza un sentido para la historia; rechaza, también, la idea de progreso, que según entiende, pretende afirmar que lo aún no alcanzado es lo que otorga valor al presente; señala que lo que se postula desde la afirmación del progreso es que el presente es valioso en tanto nos dediquemos a construir las metas aún no cumplidas; su edificación justificaría, tanto el sacrificio, como la presencia del dolor y las limitaciones del presente en la generación actuante.

La idea de progreso concibe y sitúa el presente como una etapa en un desarrollo necesario, pero aún no logrado. Con ello desvaloriza –dice Herzen- el único tiempo real, vivo, concreto;  desvaloriza, igualmente, las metas concretas, propias de la generación que es en el presente.

Para el pensador ruso, el progreso, a lo máximo, podría considerarse como un efecto que actúa sobre lo actual y nada más; porque la meta no debería situarse nunca más allá del tiempo que le toca vivir a la generación actuante, que es la que debe determinar sus propios referentes: cuáles son sus orígenes, su situación, su marco de comprensión, sus fundamentos y finalidades.

Para Herzen la historia -contrario a lo que significa para Hegel y sus discípulos de izquierdas- es el lugar donde actúan fuerzas naturales y humanas sin algún sentido teleológico.

La relación del sentido de la historia y la libertad, en el pensador ruso, se invierte. No es el sentido de la historia lo que abre espacio a la libertad, sino la libertad la que da sentido a la historia, y esta no puede ser sino libertad concreta, ejercida aquí y ahora por yo y un tú, vivos.

Contrapone, a la visión teleológica de la historia, el valor de un compromiso ético permanente, constante; un empeño de carácter civil, político y cultural, entendido como respeto, apoyo y defensa del ejercicio de la libertad y de las instituciones que la sostienen.

Herzen propone el ejercicio de la libertad desde la vivencia de un valor, cuya praxis debe ser renovada cotidianamente para producir verdad y mantenerse en la autenticidad. Su concepción revolucionaria se sostiene desde la comprensión de que la revolución no sólo sería una posibilidad de un reencausamiento político y social sino, sobre todo, como revolución cultural: un cambio de mentalidad y actitud frente al mundo.

Por ello valora en alto grado la literatura, a la que otorga el papel de producir en el lector la detonación de todas las obstrucciones que impiden a la persona descubrir por sí mismo el principio de su libertad e individualidad.

Lucidez, coraje, dedicación, acción y un auténtico compromiso ético, caracterizan la singular relación de Herzen con la libertad y el socialismo ruso. En su pensamiento, al igual que en su vida personal, en sus luchas y en sus obras, estos valores por un instante se fundieron con el mundo, y tanto en la teoría como en la praxis pudieron asomarse reunidos y concretos en el horizonte de una histórica encarnación humana.

Lobrea@mac.com

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