El ejercicio del periodismo de opinión resulta difícil cuando se ejerce con apego a la verdad, sin influencias partidarias, económicas o de cualquier índole que puedan inducir al comunicador a expresarse de espaldas a sus verdaderas convicciones.
Nade debe afirmar como periodista lo que no es capaz de sostener como caballero. Ésta es una máxima ética que aplico desde mis inicios como articulista en el periódico El Nacional en la década del setenta.
Otro elemento que siempre he respetado es la presunción de inocencia de los imputados y a veces, simples víctimas del rumor público que, en ocasiones, es creado y manipulado por determinados intereses.
Siempre recuerdo las palabras del director de este diario, Bienvenido Álvarez Vega, en el sentido de que hay que ser muy cauteloso con las informaciones que te llegan sin tú buscarlas porque, generalmente, son interesadas.
En un país tan politizado como el nuestro, quien se dedica a escribir sobre la materia corre el riesgo de ser incomprendido y criticado por un bando u otro y a veces, hasta por amigos y familiares.
Es parte del precio que debemos pagar quienes defendemos las mejores causas del país sin pretender hacernos los graciosos ante el Gobierno o la oposición.
Podemos, y en ocasiones nos pasa, equivocarnos en valoraciones y opiniones de determinadas situaciones o personas. Eso es humano y siempre que no haya mala intención o premeditación, es comprensible y perdonable.
Algunos consideran tus escritos necios y radicales, otros suaves y complacientes, todo dependerá del criterio político y motivaciones de cada quien, pero en definitiva, aun respetando esas opiniones, lo importante es mantenerte en armonía en tu consciencia y criterio profesional.