Inconformidad y acción

Inconformidad y acción

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
¿Qué produce la ansiedad latente que encontramos tan manifiesta en el mundo de hoy? Mayormente la inconformidad. Es la inconformidad con el uso del tiempo propio el que genera la mayor parte de la inquietud, tensión y ansiedad en el mundo actual. Hoy es más fácil que en otras épocas el cambio de estrato económico y social.

Hay mayores facilidades crediticias para el nacimiento e incremento de la pequeña industria; se mira con mayor respeto al humano que asciende y que se construye, habiendo partido desde el cero de la escala social y económica. Las posibilidades de ascenso son mayores. Los humanos que aspiran o ambicionan, y que ven transcurrir sus horas sin que traigan ellas algunas visión de progreso, sino un encadenamiento a una posición que no tiene posibilidades de avance, se impacientan esperando acontecimientos que no acontecen.

Hablo de las personas de ambición activa, porque hay quienes se agazapan en la muesca de una pequeña posición y les basta con la seguridad que esa muesca les ofrece. Más, otra característica del tiempo actual es el incremento de la ambición. La cantidad de satisfechos mengua cada día más.

En verdad quienes logran avanzar, son aquellos que no consideran al tiempo como enemigo sino como aliado para la victoria. Sin angustiarse por su tránsito, lo usan para construirse.

Hoy como ayer, quienes alcanzan las cumbres no son quienes llevan una contabilidad mediocre de los minutos, sino quienes mantienen en perenne función un sentido lógico de la utilización del tiempo, no dejándole espacio libre al ocio, al pensamiento negativo y al pesimismo. Llegan quienes laboran siempre sin horario, en construirse.

¿Difícil? Por supuesto. En razón a esa dificultad es que son pocos los que alcanzan la victoria.

Quienes llevan contabilidad de los minutos, que son presa del movimiento frío del minutero del reloj, no pasan de servidores de aquellos para quienes el tiempo es un todo aprovechable.

Aquellos que no necesitan de pequeñas divisiones en el tiempo, para «sentir» su tránsito. Aquellos que no trabajan minutos u horas, sino que trabajan la vida. Construyen la vida. Para éstos la concepción del tiempo se hace tan panorámica que deshace la inquietud del tránsito.

Es el caso del viajero de un tren, que en lugar de hacerse víctima del vértigo en la observación de los postes que velozmente se suceden a la orilla del camino, siente, sin necesidad de esto, la velocidad, y va acercándose a su destino recreando su vista en la visión de campo, que al fondo, envuelto en distancia, va quedándose atrás pausadamente.

Lo que es necesario es que el tiempo no pase sin que sea racionalmente utilizado. Para utilizarlo bien, es condición imperativa el mantenimiento de un estado de calma activa.

Quienes «hacen», lo saben.

Desde Euclides hasta Einstein. Desde el inventor de la rueda hasta quienes laboran en programas espaciales.

La nerviosidad y el descontrol nunca fueron terreno fértil para frutos nobles y honradores.

Goethe lo supo, y al regreso a su casona en Weimar, luego de su viaje a Italia, tenía en su gabinete de trabajo el famoso busto de la Juno Ludovisi, a la que el poeta pedía, como a una diosa: «Calma, calma». Esta era la consigna que se daba a sí mismo y a cuantos le rodeaban.

El buen sentido del uso del tiempo -labor sin nerviosismo- logra que las horas rindan de modo extraordinario.

Con este patrón, grandes personajes han tenido tiempo para hacer varias cosas grandes a la vez. Volviendo a Goethe, él disponía de tiempo para todo: para ser genialmente poeta, ensayista, novelista, filósofo, viajero, hombre galante y mujeriego. Como escribe su biógrafo Rafael Cansinos Assens: «al modo de un Disraeli, de un Lamartine, un Martínez de Rosa, un Cánovas, con una vida privada en la que puede hurgar el liberalista».

Todos los literatos de Italia en la época del Dante, tenían ocupación en el comercio, la medicina, la política, la magistratura o la milicia.

Galileo tenía que ganarse el sustento ejerciendo la profesión de cirujano.

Milton fue maestro de escuela, secretario del municipio y más tarde del Lord Mayor. Escribió el «Paraíso Perdido» durante ratos robados a su agitada vida.

No eran más largos sus días, ni circulaban sus minutos a paso de tortuga.

Es la concepción del tiempo como un todo siempre utilizable, sin nerviosismos, sin descontrol, y con persistente orden, la que lleva derecho y por buena ruta, a través de los arduos caminos que conducen a la victoria y el éxito.

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