Hemos dicho que lo primero fue el movimiento. Que la vida es movimiento, actividad de fuerzas opuestas. Por eso señalamos la presencia, en toda la creación, del elemento del signo opuesto, negativo o positivo, actuando conjuntamente con su opositor.
La vida es combate, es resultado de un equilibrio en la actividad de elementos antagónicos en perenne lucha dentro del individuo. Y en esa lucha no hay victorias cabales ni exterminantes derrotas. Solo balance, equilibrio, desbalance y desequilibrio en las fuerzas opuestas.
No hay “malos” aniquilables ni “buenos” exaltables en los elementos antagónicos: ambos son necesarios. El mal está en la pérdida de ese estado de equilibrio.
Todo lo viviente, en una forma u otra, nos enseña la importancia de la existencia del elemento opuesto, la absoluta necesidad de su existencia. Todo cuanto se mueve contiene la acción conjunta de elementos antagónicos.
No es que esto es bueno y aquello malo. Humanamente, y en todo lo creado, lo bueno es balance y lo malo, exceso.
El sobrefuncionamiento de cualquier glándula es tan maligno como el bajo funcionamiento de la misma. No hay glándulas buenas o malas, como tampoco hay en la sangre glóbulos malos o buenos. Hay glándulas y glóbulos necesarios. Lo que llamamos salud no es más que el funcionamiento equilibrado. Lo demoníaco para mí es la localización de un exceso funcional del elemento opuesto.
Dios, perfección absoluta, no iba a cometer errores en la Creación, tarea cuya bondad impecable es proclamada en el Génesis: “todo lo creado es bueno”.
San Agustín explica la existencia del mal con la omnipotencia de Dios, diciendo que por gozar del libre albedrío, el hombre puede escoger el apartamiento de Dios, o sea, el mal: “Siendo Dios el más alto bien, Él no podía permitir que existiera ningún mal en sus obras, a menos que su omnipotencia y bondad fueran capaces de sacar bien del mal”.
Mi convicción es que Mal y Bien, factores negativos y positivos de toda índole y función, coexisten en lo creado por hechura de Dios. Todos los elementos han sido hechos y están al alcance del empeño, el esfuerzo y la intención del hombre. Es como un gigantesco supermercado. Los resultados de la forma en que el hombre use los ingredientes fabricados, son su responsabilidad, su victoria o su fracaso.
Ante la pregunta de por qué es necesario el mal, el filósofo, poeta y crítico alemán Johann Herder señala que el mal no es realmente mal, puesto que todo tiende a la realización del bien. Para él la energía del mal procede del bien. “Es necesario porque si el bien (que es todo el ser) fuera un simple ser realizado estáticamente ocurriría el relajamiento de las fuerzas vitales y morales del universo”, y añade “el mal es necesario para el movimiento, para la vida”.
Para mí el mal visible y detectable es un sobrefuncionamiento de un necesario componente antagónico del bien. De un necesario componente de la vida.
Si el mal –concepto complejo– está entre nosotros, presente en todas partes, no me cabe la menor duda de que es necesario, como motor. Como contraparte activa, germen completivo de todo cuanto vive, se mueve y se transforma…
…En las insospechables dimensiones de lo creado.