Indecisión y anarquía

Indecisión y anarquía

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Los franceses Jean Claude Barreau y Guillaume Bigot dicen en su libro «Toda la Historia del Mundo», refiriéndose a la caída del Imperio Romano en manos de los bárbaros: «(…) Triunfó la anarquía. Y la anarquía mata mucho más que la guerra… La anarquía -cuando los vecinos se asesinan entre sí, cuando se hace imposible circular por las vías sin que te corten en pedazos- es mucho más destructiva que las batallas ordenadas».

La indecisión en la cabeza gobernante, es la madre nutricia de la anarquía en cuanto propicia la operación de una nube de centros «autónomos» de decisión imposible de ser coordinados o controlados, porque los intereses particulares de los funcionarios que los encabezan, desbordan y avasallan el interés público en propio beneficio. Surge la figura del Estado irrespetado al cual se refería Don José Ortega y Gasset, en el cual el espacio público cede su primordial función al avasallante espacio propagandístico. El Estado se mediatiza y se convierte en instrumento de gobiernos transitorios y usurpadores. En nuestro país, los gobiernos se mimetizan con el Estado, y sus cabezas y partidos gobernantes no consideran que solo acceden a su administración sujeta y condicionada por los preceptos constitucionales, sino al uso indiscriminado del poder absoluto en beneficio personal y del propio partido. Aquí, el concepto de administración de la cosa pública ha sido substituido por el del «ejercicio absoluto del poder» no sujeto a control alguno. La nuestra ha devenido en una auténtica «dictadura democrática» que con suerte se renueva cada cuatro años, manteniendo la esperanzada ilusión de un cambio total pacífico y necesario.

La anarquía tiende a retornar al humano al primitivo estado de naturaleza, en el cual los animales ahistóricos vivientes se conducen inviolablemente por su respectivo código genético, que les permite subsistir imponiendo la ley del más fuerte en su propia demarcación territorial. En cambio el individuo humano que regresa al estado de naturaleza, lo hace con un código genético enormemente alterado por su histórico desarrollo cultural; por ello, los latinos acuñaron la sentencia: «homo homini lupus»; el hombre es un lobo para el hombre, queriendo significar que en toda la escala animal sólo el hombre es un potencial asesino. En el argot dominicano: el hombre tiene una alta e irrefrenable propensión a actuar «como chivo sin ley».

¿Qué y cómo hacer para frenar este proceso desintegrador que demanda un esforzado liderazgo nacional de carácter fundacional? La cuarta República, en términos de «la globalización», es obsoleta y agoniza. ¿Será el alumbramiento de la quinta República el resultado de un potente y doloroso pujo nacional, o de la interesada cesárea externa de los factores globalizantes?

La corrupción política en el tercermundismo, sustentada y alimentada por la impunidad, funciona como una extraña y nueva especie de «tipo de cambio devaluado» que permite a los países ricos potenciar su mercado con los más pobres, vendiendo caro proyectos absurdos y comprando barato valiosos patrimonios inalienables, mediante el pago de jugosas e informales comisiones sumergidas.

La inmensa tarea en el inmediato porvenir es la fundación de una renovada «Quinta República» que requiere la nueva realidad del cambiante mundo en acelerado proceso de globalización y a la vez de autodestrucción de vitales recursos naturales, salvando la severa brecha educativo-cultural de nuestro pueblo y la carencia de una auténtica clase dirigente firme e irrenunciablemente comprometida con el futuro del país. Que a la vez que propugne por una drástica reducción de la dispendiosa e innecesaria dimensión del gobierno, realmente fortifique nuestro flaco estado de derecho. Porque la renovación de este país requiere más Estado que funcione, y menos gobierno que manipule.

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