Indefensión del justo

Indefensión del justo

La verdad, las cosas justas, la belleza, no crean alharaca, no meten ruido publicitario. Avanzan rectas hacia su destino perdurable sin recurrir a astucias inferiores. ¡Y ahí está la debilidad! Su único valor reside en su pura e inútil presencia indestructible. Los artistas que profesen este credo deben saber que de dichas cosas no suele enterarse la “buena sociedad”. Cuando nacen, esas construcciones de alas de libélula carecen de poder militar o dinerario. La gente, sin embargo, es atraída hacia la verdad como los insectos lo son hacia la luz. El hombre es un animal “verdávoro”. Aunque muchas veces prefiera callar esas verdades que, como oxígeno, reclama y necesita.
Pero el escritor sufre casi siempre el impacto cruel de la costumbre, de los intereses, de los hábitos mentales establecidos. La socialidad radical del hombre es una potencia abrasiva que se cierne, inmisericorde, sobre el artista, el escritor. La sociología nueva, por vez primera, está estudiando los modos de esquivar el martirio, la hoguera, la cicuta, la prisión, la miseria, decretados como castigo al discrepante. ¿Es posible en el futuro evitar la crucifixión del genio creador? La experiencia de siglos parece decirnos que no. Pero el hombre, que por milenios sólo pudo mirar anhelante hacia la luna, ya pisa hoy ese desolado astro poético, antiguo blanco de los ladridos de todos los perros hambrientos.
El criterio de la verdad-porvenir no podemos ponerlo al naipe boca arriba que es la historia. Eso sería como decidir del comportamiento de las partículas atómicas mediante el sufragio universal. El futuro, claro, nos llega, emerge del pasado, pero no siempre tiene que repetir el pasado. El respeto tradicional por la democracia, el pueblo, la representatividad, no nos sirve para juzgar de la poesía: de la creación, sea literaria o científica. Ambas son asuntos de minorías que tardan mucho en llegar a las masas, a plenitud de la aceptación social.
Los artistas, por regla general, son honestos y desordenados. Y la verdad es que no se puede ser honesto sin ofender a los demás. Aunque el artista esconda su honestidad, no haga alarde de ella y disimule su adhesión a unos “valores decadentes”, muchas personas se dan cuenta de su pecado de rectitud. (Disparatario, 2002).

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