Independencia dominicana: sueño con fuerza de montaña

<STRONG>Independencia dominicana: sueño con fuerza de montaña</STRONG>

La idea revolucionaria de la independencia dominicana vino de Europa, y desembarcó, bajo las narices de las autoridades haitianas que dominaban la isla, en la mente de Juan Pablo Duarte, entonces un joven de solo 19 años.

La memoria silenciosa del Ozama y la historia registrarían la importancia del momento. Una idea había tomado posesión del futuro. Cambiaría la vida de Juan Pablo y el destino dominicano.

A partir de 1832, cuando llegó al pequeño muelle vigilado por soldados, su existencia giró alrededor de la causa de una patria dominicana y la confianza de que podía ser libre y soberana.

Viaje del adolescente.  Por el río Ozama había partido a los 16 años en el verano de 1829, para conocer Estados Unidos y Europa.

Lo que comenzó como la aventura de un adolescente terminó siendo un viaje de revelación y de conversión. Juan Pablo se hizo político.

Igual que los jóvenes de todas las épocas, entró en la caravana de su generación, la juventud europea del siglo XIX.

Revolucionarios románticos activos en fraternidades que  defendían libertades, combatientes de las injusticias y del egoísmo social. Poetas que aspiraban a la vida del espíritu en un mundo mecanizado por la pura razón.

Concibe la misión.  Con los ojos bien abiertos entró en contacto con las nuevas experiencias en un recorrido lleno de asombros que lo transportó a otra dimensión.

Comparadas con su villa, Nueva York, Londres, París y Barcelona formaban una galaxia luminosa.

Contrastaba  el bullicio de las grandes capitales, las edificaciones y vías opulentas con las calles desoladas, cubiertas de malezas, que daban a Santo Domingo aspecto de “cementerio abandonado”.

Europa ardía desaforada por el retorno del absolutismo monárquico. París se insurreccionó en julio de 1830 y subió de punto el oleaje revolucionario con reclamos de sufragio, igualdad jurídica y derechos de autonomía.

Luchas revolucionarias.  A Barcelona Juan Pablo llegó en medio de esas luchas, tiempo de juntas y academias liberales donde los jóvenes estudiaban y se embriagaban – no de alcohol como ahora – sino de lo trascendente.

Bajo el aplauso colectivo declamaban sus anhelos libertarios, y usaban el teatro para retratar la realidad social de manera comprensible. 

Las comparaciones eran inevitables.

Los dominicanos vivían en una prisión social y política. No podían ocupar puestos de mando ni tomar decisiones. No tenían voz en el Gobierno.

Los estudios superiores estaban vedados por el cierre de la Universidad de Santo Domingo. Los blancos no podían ser dueños de tierras. Se restringían costumbres, el uso de la lengua española, juegos y cultos religiosos.

Eran un cuerpo social rezagado de poco más de cien mil habitantes en un territorio compartido y ocupado.

Firmeza de propósito.  La idea “de liberar la patria dominicana” rondaba su cabeza antes de llegar a Europa, desde que el capitán del barco en que viajaba a su primer destino, Estados Unidos, le preguntó si no le daba vergüenza decir que era haitiano.

_Yo soy dominicano, le respondió.

_No, ustedes no merecen el nombre, porque viven sometidos.

“Juré en mi corazón desde ese momento no pensar ni ocuparme sino en procurar los medios para probarle al mundo entero que teníamos nombre propio, dominicanos, y que éramos dignos de llevarlo”.   

Aprovechando el tiempo.  El aguijón lo movilizó a la acción. Comenzó en Nueva York estudiando inglés y geografía universal, y siguió en Europa pensando que cultivándose ayudaría mejor a su pueblo ignorante y oprimido.

 En la Andalucía que su padre dejó para comerciar en el Nuevo Mundo, Juan Pablo estableció residencia entre parientes. Su vida allí revelaba un carácter disciplinado. Hizo más que comparar estilos de vida o disfrutar lánguidamente sus nuevas experiencias.

Con vigor y confianza de ánimo siguió una rutina de estudios, instruyéndose en el derecho, la historia, la literatura. Aprendió latín, pulió el francés, y leyó vorazmente en un mundo donde los libros estaban al alcance de las manos.

Del remolino político que vivió en España sacó un marco para su propia acción y comenzó a germinar la idea de nación que intentó posteriormente construir.  

Al dejar Barcelona cargado de libros y de ideas, llevaba en la mente la impresión perdurable de las libertades y derechos de territorio por los que habían luchado los catalanes.

Fe en la misión. El joven que regresó después de tres años de ausencia, añoraba emancipar a su tierra. Aparentaba menos edad, pero ya no era el adolescente inocente que partió en compañía de un amigo de su padre, el catalán Pablo Pujols, sus hijos y dos sirvientes.

Asomaba el hombre activo, de carácter vertical, con dotes de ideólogo, organizador y propagandista.

Su entrada por la Puerta de San Diego avivó la villa amurallada. Los vecinos apuraron el paso para verlo vestido como un caballero romántico de melena copiosa, corbata ancha, y un chaleco rojo que cambió la moda del blanco y negro, y popularizó en Santo Domingo los colores en boga en París.

Rodeado de amigos y familia, Juan Pablo compartió sus impresiones políticas y su fe en un futuro de libertades.

Apocados de espíritu.  Sus compueblanos seguían pasivos ante sus desgracias. Más apocados de espíritu desde la salida forzada del arzobispo Pedro Valera  Jiménez en 1830, defensor de la continuidad del idioma y las tradiciones desde la ocupación del 9 de febrero de 1822.

Contrario al joven, los dominicanos parecían resignados a ser un apéndice de la República de Haití. La mayoría veía las cosas como eran y se acomodaba. Duarte “soñó lo que no había sido y se preguntó ¿por qué no?”. 

La frase
Juan Pablo Duarte

Juré en mi corazón desde ese momento no pensar ni ocuparme sino en procurar los medios para probarle al mundo entero que teníamos nombre propio, dominicanos, y que éramos dignos de llevarlo”.

Los Valores
1.  Fidelidad

El valor de la fidelidad se expresó tempranamente en la vida del patricio. Fue fiel a su idea de una patria libre, le dedicó sus energías, y nada lo apartó de su creencia. Hoy somos porque Juan Pablo Duarte creyó que podíamos ser.

2.  Fe
El valor de la fe inspiró la misión de Duarte. Pese a que su idea parecía una ilusión imposible, mantuvo la fe en que un mejor destino aguardaba a los dominicanos.

3. Confianza
El valor de la confianza en sí mismo, en su capacidad, hizo posible la meta. Lo mantuvo centrado en su descomunal propósito de lograr la Independencia.

Historia encarna  un libertador

Nueve años antes de la ocupación haitiana, nació en Santo Domingo el fundador de la República Dominicana. Juan Pablo Duarte vino al mundo el 26 de enero de 1813, en una colonia olvidada por el imperio español, cuando germinaban los partos de las naciones americanas.

Fue el segundo varón del comerciante español Juan José Duarte y de Manuela Díez, criolla de El Seibo. El mayor de los hijos, Vicente Celestino, nació diez años antes en Mayagüez, Puerto Rico.

A Juan Pablo siguieron otros hermanos, pero solo  llegaron a adultos    Filomena, Rosa Protomártir, María Francisca y Manuel Amaralos María
Su infancia discurrió normada por los usos de la época. Fue bautizado en la parroquia Santa Bárbara, aprendió a leer en una  escuelita particular, y a los seis años ingresó a la primaria de varones.

Luego al colegio del maestro Luis Aybar, donde aprendió contabilidad, gramática y aritmética. Estudió inglés y francés con profesores privados.

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