Indicador de desempeño

Indicador de desempeño

PEDRO GIL ITURBIDES
El más idóneo indicador para determinar el desempeño de un gobierno debía ser la densidad del grupo poblacional conocido como clase media. A través de la promoción humana, educativa y cultural, social y económica de las gentes, puede advertirse al «buen gobierno». Por vía de la depauperación del país puede fácilmente, sin que por ello pueda hablarse de una medición subjetiva, conocer al «mal gobierno». Y sin embargo de lo dicho, aún bajo este último esquema de administración, puede advertirse crecimiento económico.

En nuestro libro «De la frustrante pobreza al bienestar anhelado» repetimos lo que es un lugar común. Que a lo largo de años, países de menor desarrollo relativo han registrado crecimiento en sus indicadores económicos. Pero ese crecimiento no se ha vuelto desarrollo. En consecuencia, la miseria ha persistido, y, en gran cantidad de países, la pobreza se ha recrudecido.

En el país hemos tenido en los últimos nueve lustros tres gobiernos signados por el epíteto de «malos gobiernos». El primero de ellos, el triunvirato encabezado por Donald Reid Cabral, dio lugar a la guerra civil. Los otros dos han sido los presididos por Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía. A la luz de los indicadores económicos, el más deplorable desempeño corresponde a Jorge Blanco. Sin embargo, al pasar revista por vía de la depauperación general, sería preciso echar a la suerte el determinar cuál de éstos fue más aciago para el pueblo dominicano.

Las gentes no derivan la sensación de bienestar, y sus esperanzas, de las estadísticas públicas o privadas. En los pueblos aparece un instrumento de evaluación de desempeño que se vincula a los entuertos de la cotidianidad. Característico del mismo es el comportamiento observado por los dominicanos en dos consultas electorales, las de los años 2000 y 2004. En ambas, las estadísticas públicas que hablaban de crecimiento económico fueron enarboladas para seducir al elector.

Una realidad superior rasgaba el sosiego de las gentes. Poco a poco, a lo largo de ambos cuatrienios, se perdió capacidad adquisitiva. Aún con una moneda nacional bajo cierta estabilidad comparativa, la pérdida de capacidad adquisitiva se hacía evidente. Las devaluaciones en el último período, por supuesto, fueron determinantes. No importó la profusión de los anuncios que hablaban de un crecimiento, notorio en las cifras de indicadores económicos, pero no en las sensaciones cotidianas. El electorado se volcó hacia candidatos que aseguraban poseer dotes para revertir el proceso que se vivía. En ambos casos, sin embargo, la frustración sucedió a la esperanza.

Es por ello que la actual gestión del doctor Leonel Fernández debe atender a estos otros indicadores que no son registrables por los números. Una leve sensación de desesperanza crece. Aunque se discutan los resultados de encuestas de opinión, esa percepción de que el cambio no se ha traducido en mejoría, está presente.

El Presidente debe olfatear ese código secreto de los pueblos, que tiene su propio instrumento para medir el desempeño de sus gobiernos. Puede partir de las estadísticas que se le presentan. Después de todo, la depauperación es medible por encuestas especializadas sobre población, consumo y bienestar, las cuales determinan su prevalencia, crecimiento o contracción. Pero está en éste o en cualquier mandato público detener esa erosión económica y emocional, y revertir las causas que acrecientan el empobrecimiento de individuos y familias en una sociedad.

Crear las condiciones para que una clase media prevalezca, y a ese núcleo se integren cada día nuevos grupos humanos, es el primero de los pasos. Que no son, precisamente, los que se están dando por estos años. Y a ello debe prestar atención el doctor Fernández, al margen de las políticas preconizadas por el Fondo Monetario Internacional. Porque los pueblos tienen sus propios instrumentos de evaluación del desempeño de sus gobiernos.

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