Hoy voy a contarte la historia que más me desgarró. Aquel rostro se grabó en mí para siempre. Mis pupilas buscaron las suyas y no logré mirarlo. Me esquivó. Su carita de espanto se ladeó bruscamente como si adivinara que quería hurgar en su interior, como si advirtiera que pretendía asomarme a sus heridas internas, las cicatrices en su alma.
Me acerqué con ternura pero el niño se estiró hacia atrás con movimiento felino.
__Joan, ¿estás bien…?
Su silencio me responde que su dolor va más allá del ocasionado por la herida en su frente, los magullones en espaldas y muslos tras la brutal golpiza que le propinó el agresor, su padre, al descargar su furia una y otra vez sobre la indefensión infantil.
El furor del látigo por el que se deslizan la crueldad, los desequilibrios emocionales, frustraciones y penurias económicas, el desamor del hombre criado sin afectos, los resabios de un padre alcohólico o drogadicto, la amargura de una madre abandonada con cinco hijos y carencias extremas, sus dilemas, soledades.
Expulsión del hogar. Como a Joan, severas golpizas lanzan a la calle o dejan gimientes a niños y niñas dominicanos encerrados con candados, atados con sogas o cadenas, los conduce a hospitales y orfanatos, a una casa albergue. Una agresión brutal que nos muestra caritas sangrantes, amoratadas, quemadas, pero también rostros duros como de piedra. Hoscos, ceñudos, de una dureza impactante en un semblante infantil.
__Joan, quiero ayudarte, ser tu amiga
Su silencio me habla de recelo y desconfianza, confirma su historia de agresiones, revela que también duelen los golpes emocionales, que su conducta quedó marcada por el maltrato infantil, la más sórdida manifestación de la violencia que en el país se expresa con abuso emocional en el 31% de los casos denunciados, un 30% agresión sexual y 18% violencia física, según un estudio dado a conocer por Unicef en noviembre pasado.
Finalmente, Joan voltea el rostro y me estremece su mirada con destellos acerados, una mirada resentida, ¡acusadora! Perturbada por un despecho que parece condenar la indolencia de una sociedad impasible ante las frecuentes violaciones sexuales de niños y niñas, llegándose a reportar más de 600 mensuales.
Una sociedad Indiferente frente a cientos de menores explotados laboral y sexualmente, violados, manipulados, utilizados en crímenes, en el microtráfico de drogas, la prostitución y la pornografía.
Quizás a ti también te miraría con enojo por la desidia ante tantas víctimas del abuso infantil, porque el maltrato no se reduce a golpizas como las de Joan, porque también entraña violencia la vida promiscua de miles de menores:
Venduteras de flores, sexo y drogas, niñitos callejeros que sobreviven vendiendo placeres sexuales, más rentable que el limpiabotas. Mercaderes de dulces y homosexualidad, exponiéndose al Sida y otras venéreas, adolescentes embarazadas que arriesgan su salud con brebajes para abortar o con la maternidad prematura.
Desamor. La moneda del abuso infantil tiene otra cara. Y es que, como ya sabes, el abuso no es sólo físico, suele ser sicológico, emocional, por abandono o negligencia, en una cadena ascendente de agresiones que lesiona el desarrollo del menor, provocando traumas sicológicos y trastornos conductuales.
Los cinco primeros años de vida dejan huellas perennes, y como secuelas del abuso se abrigan sentimientos de inferioridad, miedo, inseguridad y agresividad, socializan poco, tienen bajo rendimiento escolar.
El desamor lacera a muchos menores en familias ricas, aunque ocurre por igual en otros estratos sociales. Conozco muchachitos que en sus hogares lo tienen todo, todo menos amor; niñitas que viven en penosa soledad, objeto de un maltrato emocional expresado en rechazo, en abandono.
Los ignoran, sus progenitores siempre ocupados, siempre con prisas, apenas los ven. El padre centrado en sí mismo, en su trabajo, en reuniones sociales, es incapaz de compartir con sus hijos, la madre en sus afanes de la casa o la oficina, llega y apenas los mira, rechaza sus expresiones espontáneas, sus gestos de cariño, ridiculiza sus tempranas tendencias creativas.
Negligencia. El niño siente maltrato ante la indiferencia paterna al mostrarle una alta calificación, o si en vez de abrazarlo la madre guarda silencio cuando hace algo bien y en cambio le reprocha pequeños errores, aprendiendo así a percibir sólo lo malo en las demás personas.
Ese silencio denso con el que también castigan, duele más que las palabras ofensivas, pues para una mente infantil no se explica que sin motivo alguno su padre no le hable, su madre no le abrace y acaricie. Duele, y es que hay golpes como los de Joan que hacen sangrar o amoratan la piel, incluso causan la muerte, otros son más sutiles, no se ven pero se graban en la mente del menor, deformando su identidad.
Esas experiencias dolorosas dejan cicatrices en el alma de niños y niñas maltratados, que crecen con hambre de amor y aprobación, inducidos a comportamientos disfuncionales. Son golpes emocionales que modelan su personalidad, les crea una coraza protectora, pero en el fondo hay una gran indefensión, un anhelo de amor.
Sin amor, hogar ni escuela, como Joan, miles de niños y niñas prosiguen su camino… ¿Hacia dónde los conducen sus pasos?
Las claves
1. ¿Cuáles familias?
La violencia infecta el hogar, pero habrá que preguntarse cuáles hogares. Además de que casi la mitad de los matrimonios terminan en divorcio, las familias se desintegran con las migraciones, principalmente en sectores pobres la madre o el padre se van al exterior y dejan a los hijos e hijas con uno de los cónyuges o la abuela. En muchos casos es una mujer abandonada que vive junto a sus hijos procreados con diferentes maridos, lanzándose cada uno a la calle día tras día a buscársela para sobrevivir.
2. Estratos medios y altos
En los estratos medios están ausentes el padre y la madre por el pluriempleo, no siempre por necesidades reales, desmedidos afanes de éxito profesional les impide compartir en familia. Aunque no por razones económicas, en familias de clase alta tampoco hay tiempo para los hijos, en quienes se observa un gran vacío afectivo. Sus progenitores priorizan los negocios, viajes, fiestas, mientras los niños permanecen en penoso abandono.
3. Familias disfuncionales
Hay familias que disponiendo de recursos descuidan cuidados básicos de niños y niñas, postergan o desatienden la atención en salud, educación, nutrición y recreación. En otras los aislan, traban su socialización, refuerzan pautas de conductas antisociales. La agresión emocional y sicológica daña tanto en la infancia porque todavía no saben defenderse ni discernir; su mente apenas empieza a desarrollar ciertos mecanismos de defensa para poder filtrar y analizar lo que ve y oye.
Educación integral, humanizadora
La sirena de la violencia está sonando y seguimos como si no la oyéramos, vemos el drama cual espectadores, sin la justa indignación que nos haga reclamar medidas efectivas contra el abuso infantil y de género, las ejecuciones extrajudiciales y toda expresión de criminalidad y de delincuencia.
Otra sociedad es posible, sin violencia ni agravios, sin niños abusados como Joan ni mujeres asesinadas como Mariela, donde no se repita la experiencia de Jonathan y se logre el clima de seguridad económica y social que apacigüe los días de Ernesto.
En fin, edificar una sociedad distinta con la forja de nuevas generaciones, introyectar en la mente dúctil de niños y niñas valores, creencias y actitudes, educar con una visión humanizadora, fomentar una cultura que genere bienestar social, educar para la paz.
Educar en salud y productividad humana, en pos del desarrollo integral, una educación forjadora de un pensamiento crítico, constructivo. Construir la paz social, en la que se invierte muy poco o inadecuadamente.
Lograrlo requiere implementar programas preventivos con un enfoque como se concibió en el Plan de Seguridad Democrática, aplicar políticas que enfrenten los problemas sociales y económicos que propician el delito, con oportunidades de educación y empleo para que los jóvenes no tengan como opción de vida la delincuencia y las drogas.
La complejidad de la violencia y su multicausalidad reclama el trabajo mancomunado y continuo de toda la sociedad, de los organismos estatales responsables, de los que inciden sobre los factores subyacentes: pobreza y exclusión, entre otros.
Es preciso poner un dique al narcotráfico, desmontar su estructura financiera, sanear la PN, descontinuar sus métodos violentos, fortalecer el sistema judicial, desarmar a la población, que las armas de los agentes de la PN, DNCD y AMET no se utilicen contra la ciudadanía.