Indignados de Miami tienen un ángel guardián colombiano 

Indignados de Miami tienen un ángel guardián colombiano 

MIAMI. AP. A simple vista, es el típico desencantado que critica al capitalismo y pide a gritos un sistema más igualitario en las protestas del movimiento Ocupemos Wall Street.  

Con su cabello largo y rizado, su barba y su camiseta blanca, parece uno de los desposeídos que ocuparon un edificio de 52 departamentos en la zona de Overtown, cerca del centro de Miami, que se pliegan a cuanta protesta surge.  

Pero Rodrigo Duque es cualquier cosa menos un desposeído. De hecho, es el dueño del edificio, valuado en más de un millón y medio de dólares.  

Duque, de nacionalidad colombiano, pasó a ser un inesperado benefactor de decenas de personas que fueron expulsadas por la fuerza por la policía de una céntrica plaza de Miami en la que estuvieron acampadas cuatro meses durante el furor de las protestas de “Ocupemos Miami”. El “señor Paz”, como le dicen, les abrió las puertas de su propiedad, de la que no pueden ser evacuadas en vista de que están allí con el consentimiento de su propietario.  

“Es increíble que nos haya ofrecido su edificio”, comenta Josh Lucy, un analista de sistemas que acudía a las protestas del movimiento con una mochila de primeros auxilios para asistir a quienes resultaban lastimados. “Este es un refugio para protegernos del acoso que sufríamos día a día por parte de la policía”.  

Duque viene de una familia de la clase alta de Cali. Cursó humanidades en una universidad de Bogotá, pero siempre tuvo actitudes contestatarias y le gustaba estar con la gente de la calle: vagabundos, desempleados y limpiadores de coches. Interrumpió sus estudios a mitad de camino y decidió viajar por el mundo.  

A los 20 años viajó a Ecuador, México, Cuba y Europa. Llegó finalmente a Nueva York, donde encontró trabajo como obrero de la construcción.  

A pedido de su angustiada madre, regresó a Colombia. En el 2006 se casó y su padre le regaló el edificio de Miami, el mismo que está valuado en más de un millón y medio de dólares según los registros públicos del condado.  

Hoy tiene 32 años, esposa y tres hijos, pero conserva intacto su desdén por el establishment y considera como sus hijos a la treintena de indignados que ocupan su propiedad.  

“Este edificio es Jerusalén, que significa ciudad de paz”, dice pausadamente. “Este lugar es virgen, no está ubicado en ninguna parte, no está en América”.  

Duque no cree en fronteras. Afirma que es “un ciudadano del mundo que nació en un lugar que la gente llama Colombia”.  

Dice no adherir a una filosofía o religión en particular, pero predica la doctrina de la no violencia: “Hay que usar recursos para cosas mejores que las guerras, en cosas positivas. Los países se están acabando entre ellos”, afirma.  

Conduce su motocicleta todos los días desde su residencia de Miami Lakes hasta su inmueble, o, como él lo denomina, la “tierra prometida”. El y su familia viven de la renta de los pocos inquilinos que permanecieron en el edificio después del arribo de los indignados.  

El colombiano tiene una visión fatalista por momentos: “La tercera guerra mundial ya la estamos viviendo… Están a punto de dar el paso final, del no retorno. Ya no se puede dar marcha atrás”, manifestó.  

“Qué pena que estén haciendo estas cosas”, indicó, en alusión a la represión de las movilizaciones y acampadas de “Ocupemos Miami”. “Acá estamos aprendiendo cómo estar en paz, a retener a esa gente para que no nos hagan daño… La paz es muy peligrosa para los amos de la guerra”, proclama en tono enigmático.  

Al preguntársele cuál es su mayor preocupación, responde con otra pregunta: “¿Qué me preocupa? Nada, porque la batalla ya está ganada. Nosotros estamos caminando lo que tenemos que caminar, la batalla la ganaron los que no pelearon, los que están en paz”.  

El “señor Paz” dice que no es un militante de la causa de “Ocupemos Miami” y menos un líder, sino un facilitador, cuyo desapego por lo material ha permitido que su costoso edificio sea el refugio de los indignados y que ha dejado que la gente se organice como pueda, siguiendo las órdenes de otros.  

Juanita Peláez, la joven pareja del “señor Paz”, no cree que los indignados que ocupan el edificio de su esposo tengan futuro: “Es mi esposo y yo lo apoyo, no estoy de acuerdo con todo, creo que no es la forma (la ciudad de paz), para mí el cambio es de cada persona…pero yo lo apoyare independientemente de que esto acabe bien o mal”, expresa, mientras carga a su bebé.  

En cuanto a los ingresos de la familia, aparte del edificio Peláez dijo que tienen “otras rentas”, pero se negó a entrar en detalles.  

“La ciudad de paz” de Overtown tiene al costado un terreno baldío que según los indignados será un huerto para abastecer de comestibles a sus ocupantes.  

Casi todos los apartamentos del edificio están abandonados —“ocupados pero no reparados”, dicen los indignados—, con agujeros en los techos, algunos sin luz o agua potable y con baños fuera de servicio.   En el segundo piso está la cocina comunal, en donde Alfredo Díaz, un puertorriqueño de 58 años, prepara la comida para los “huéspedes”. Está friendo chicharrón que servirá con arroz y puré. Todos los alimentos son donados por las tiendas de la zona.  

Alfredo dice que su lucha personal empezó desde las protestas en la isla de Vieques, donde nació. “Yo estuve al frente de la gente que marchó para desalojar a las tropas militares de Estados Unidos. Ellos ocuparon la isla para convertirla en una base naval”, cuenta el chef mientras cuece el cerdo en una improvisada cocina sin ventilación.  

En el tercer piso se encuentran los únicos 3 baños en donde los ocupantes se turnan para asearse. En un apartamento sin puerta se observa una tienda de campaña instalada como si se tratara de un nostálgico recuerdo de los días en el parque.  

En el edificio hay gente de todos lados, incluido un mexicano que se identificó únicamente como “Güero” (rubio), quien vino desde la acampada en Coyoacán, en la capital mexicana.  

“Güero”, un fotógrafo que como muchos indignados no quiere dar su nombre real, acampó por cuatro meses allí y lleva dos en Miami: “Creo que lo que más he aprendido es a convivir con el grupo”, manifestó. Dijo que espera quedarse en el edificio cuatro meses más, el tiempo máximo permitido por su visa de turista.  

“Spartakus”, que viste como Bob Marley, canta música de protesta al son de rap. “Estamos viviendo en el nuevo Egipto, donde el faraón te esclaviza con un nuevo conflicto… Las corporaciones dan instrucciones y te dejan extinto, otra cabeza del dragón guiado por Benedicto”, entona el joven rapero.  

“Spartakus”, como muchos otros voluntarios, no vive en “la ciudad de la paz”. Solo pasa por el lugar el fin de semana para apoyar al movimiento. Estudia en la universidad y planea grabar un disco.  

Un fin de semana reciente, Erick, un combativo neoyorquino de raza negra, convocó a los indignados a una marcha frente al consulado mexicano en solidaridad con los miembros de “Ocupemos México”, que habían sido arrestados frente a la embajada norteamericana de Ciudad de México.  

Un fuerte aguacero frustró la protesta en el exclusivo barrio de Brickell, donde se encuentra la sede consular. Los carteles, mojados por la lluvia, apenas si se podían leer. La movilización se tornó anárquica, improvisada, y duró menos de 15 minutos.  

El “Enfermero”, quien en el pasado fue bombero, increpó a sus compañeros por su falta de organización y seriedad a la hora de planificar una demostración: “Me llaman 15 minutos antes o cuando la protesta está ocurriendo”, se queja. Recuperada la calma, todos volvieron a su refugio, el edificio del “señor Paz”.

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