¡Indignaos con razón y siempre!

¡Indignaos con razón y siempre!

¡indignaos de nuestra justicia, de los gobiernos, del Estado que tenemos!  De nuestra incapacidad y voluntad de hacer las cosas como manda la ley,  no de un veredicto justo.

Somos incapaces, 40 años después de la muerte de  Sagrario Ercira Díaz Santiago, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, de llevar el responsable de ese crimen al banquillo de la Justicia.

Incapaces de llevar a la justicia a los asesinos de dos presos esposados, William de Jesús Batista Checo y Cecilio Díaz; incapaces de arrestar y condenar los asesinos de  Juan Almonte Herrera y de Gabriel Saudi Alistar,  en Monte Plata. ¿Injusta y exagerada la condena del país ante la Corte Internacional de Derechos Humanos (CIDH)? Así hablaban los cómplices de los crímenes de civiles en Argentina, en Chile, en Perú, en Brasil y en Haití cuando se instauraban las dictaduras y algunos “cerraban los ojos” por comodidad, conveniencia y/o indiferencia.

No es necesario saber de Derecho, de leyes, de Constitución para definir una dictadura, los hijos de perseguidos y/o asesinados abundan en el mundo sabiendo ser testigos en sus horas y actores en otros. ¡Recuerden que Francia  os acogió, ustedes, que están en el Gobierno actual, cobijados y callados, post 65! El Estado dominicano sepultó no solo a Sagrario, sino también el caso judicial.

Y esa historia se repitió desde entonces para formar parte de la memoria colectiva del pueblo dominicano: crimen, impunidad, olvido, gracias a vuestra ceguera. Todos los días en las calles, en los barrios, de Santo Domingo y de nuestras ciudades, matan a inocentes, indefensos, un tiro, de espalda, de frente, la muerte y el miedo se instala. Ayer, monseñor López Rodríguez, por fin se indigna, porque nuestra Justicia y el Estado no hacen lo que deben hacer: indagar hasta las últimas consecuencias.

Todos sufrimos con Tati por Narcisazo, pero de impotencia. Narcisazo es el amigo que desaparece una tarde, alguien lo vio, alguien lo mató, alguien es responsable pero se instaló, el silencio cómplice y nadie cuestiona más. Mientras tanto, su viuda y su abogado, Tomás,  llevaron el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): el país fue condenado por no haber querido encontrar quien asesinó a Narcisazo. Entonces, nuestro Cardenal se ofende, los “nacionalistas” le siguen y el Procurador y la Fiscal también; no porque el Gobierno y su Justicia no actuaron, sino porque el “Gobierno se dejó condenar”.

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