Inéditos eclécticos

Inéditos eclécticos

Se avecinan días, semanas, de profunda reflexión. Puede que ocurra, por lo que se observa, un nuevo pacto fundamental inesperado o el advenimiento prontamente de que se «cierre» el círculo triunfante de un mesías de la política.

Está claro que la economía nacional se contrae con la actividad política, la cual va camino a ser hasta agosto, un drama apologístico de incertidumbre e insinceridades colectivas.

Sensiblemente se puede inquirir que a flote, en el borde de la tormenta, coexisten necesariamente vitales tensas de gran urgencia, y que los sectores involucrados, por razones obvias, deben discutir y llevar a la mesa de las negociaciones sus confrontaciones y problemas.

Sin embargo, ya las actividades proselitistas se van desinflando como algo normal, a pesar de que se puede advertir y pensar que fueron un estorbo al sencillo desarrollo de la vida cotidiana.

Las campañas electorales habituaron a muchos a la violencia verbal, ya que era carnavalescas y folklóricas, de bachata, ron y cerveza. Fundamentalmente todos -por no decir la mayoría- entienden que los dominicanos somos muy variables a la hora de decidir a quién vender el voto. Ahora, a semanas de la transición, se respira una edad dorada de la política: luego de los políticos conquistar la cabeza, el corazón y el estómago de los sufragantes, no de los ciudadanos porque )realmente hemos crecido para hacernos llamar así en cualquier tipo de documento o declaración pública o privada? Es como si en medio de este camino empezáramos a nutrirnos de una razón sorprendentemente ecléctica.

Ahora los políticos se debaten entre el elogio y los ramos de olivo, algunos. Aparentemente dejaron a tras el agravio, la zancadilla, el expediente oculto y explosivo, lo que significa que al parecer como diría Edward Young (parafraseándolo): La República Dominicana entera es un vasto intercambio de ideas, conductas y falacias (añado yo). Todo cuanto puede acontecer en el orden social, en lo económico, en lo religioso o en la farándula es ínfimo, de una pequeñez extrema ante los densos aires y la embestida que evidencian que la tormenta vendrá o no vendrá.

Al parecer en los partidos del sistema impera una gran confusión; aún no se agotan los estados de expresividad dual de los políticos, pese a voces aisladas vinculadas al lobby de Washington que se ejercitan en sus opiniones no sabemos si imparciales o no, sobre el proceso electoral que concluyó.

Desconocemos si los hijos prodigios de la política dominicana observaron que las elecciones revalorizaron quizás los esquemas ideológicos tradicionales, el pensamiento del nuevo orden conversador en medio de un amplio eclecticismo, puesto que las vanguardias de las décadas del 70 y principios del 80 ya no actúan como ecos de los transgresores al interior del espacio político.

La comunidad nacional ha reaccionado ante un conjunto de intereses corporativos de los liderazgos grupales. Las masas, en el presente, fueron alentadas, una vez más, a ser seguidoras convencionales de los «líderes» que no posibilitan su iniciativa individual. El liderazgo moralmente aceptable está para ellas, en la coyuntura actual, en el desmoronamiento de un modelo político paternalista que, paradójicamente, la subrogan y mediatizan.

El 16 de mayo pasado demostró que existe un continuun enraizado interés de las masas de ser un electorado activo, y una renuncia de éstas al cambio violento. El hombre y la mujer común implícitamente sobreentienden que los líderes tradicionales son los más aptos para el sistema.

La comunidad nacional, a través de sus intérpretes o enlaces con la sociedad civil, estuvo renuente a lo factual. Sus gestos han sido de reconciliación, a pesar de la impaciencia de ciertas fuerzas que exploraron organización grupos rabiosos adversos al equilibrio y la voluntad política disciplinada en la convergencia.

Los electores y la sociedad civil en sí interactuaron partiendo de distintas realidades que funcionaron como los axiomas y actitudes que habitualmente caracterizan la determinación de los sujetos a tener conciencia. Los electores, portadores del sentimiento de la mayoría, ponderaron, y reaccionaron ante: los símbolos custodios de la integridad nacional, el protagonismo realzado del poder persuasivo de la opinión pública, ante las encuestas como extensiva variedad de la propaganda política, ante los propósitos comunes de instituciones sociales que son depositarias de cierta credibilidad, y ante las creencias que están enraizadas en nuestra cultura, sean estas religiosas o seculares.

Por lo que se escucha y se lee, cotidianamente en los medios de prensa, la comunidad insiste en que existe una enraizada descomposición social, y que la Nación está desorganizada institucionalmente. Sin embargo, asciende la colectividad lucida con una voz ceremonial, en que el símbolo de la continuidad institucional democrática está en los líderes emergentes.

Paradójicamente ante la señalada descomposición social que se argumenta como un síntoma de la flagrante corrupción, se están reforzando y reafirmando ciertos valores específicos (v.g. el sentido del pasado histórico), y las exigencias moralizadoras compartidas (v.g. el papel de la familia y de la escuela).

En el proceso actual (al parecer) las masas no actuaron como entes emotivos. No obstante, se observa que las mismas para este momento se asignaron un rol de preservar la libertad y el equilibrio, ya que el electorado activo y pasivo desea un gobierno coercitivo de punto medio.

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