En la obra de esta artista dominicana se alcanza una experiencia visual llevada a una metamorfosis de la vida en arte, lo que permite a Inés Tolentino distanciarse, elevarse, y conducir su ojo crítico para poder abrazar dos elementos fundamentales, vivir y crear.
Nacida en Santo Domingo en 1963, donde vivió su infancia y adolescencia, es en París donde residió por más de tres décadas, que esta artista forjará toda su madurez ética y estética. El conjunto de su obra señala los escondites íntimos y callados que hacen de la cotidianidad la apropiación de una historia propia.
El dibujo confirma su trazo nítido, limpio, eficiente, sin desgaste, que la caracterizan desde el inicio de su carrera por la intensidad, constancia y coherencia de creatividad e imaginario, que la destacan en su factura desde sus primeras propuestas para enriquecer la imagen y el discurso, porque Inés Tolentino se impone con conciencia, formación e innovación.
La obra de Inés Tolentino es el resultado de una gran reflexión que anticipa el trazo y la composición. Es una artista que reflexiona sobre ella misma y el mundo. Su composición plástica responde a imaginarios guardados desde la infancia, aquellos cuerpos de mujeres que eran las mariquitas que utilizábamos acartonadas para vestir y cambiar a las muñecas. Hoy se han convertido, sin lugar a duda y sin duda alguna, en cuerpos de mujeres adultas que desde la infancia han tenido que convertirse en guerreras, como lo manifestó en obras que dignificaron en la memoria reencontrada de las guerrilleras constitucionalistas, pero también en mujeres conscientes de su condición, de su género, mujeres que se apoderan del mundo y de su propio valor, mujeres que se emancipan sin miedos. En la obra gráfica y plástica de Inés Tolentino se manifiesta el empoderamiento rudo, directo y decidido de la conciencia de mujer.
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El conjunto de obras que presenta para la exhibición “Susurro”, revela lo tierno y lo monstruoso unidos con ese ánimo expresivo de identidad psicológica que Inés Tolentino transmite en ese puerco yaciente. La expresión de esa cabeza de puerco que es como un misterio y un secreto, por las contradicciones antagónicas de lo monstruoso y lo bello.
En la totalidad de la composición y distribución del espacio gráfico se siente en transparencia de manera muy orgánica la complicidad y cultura literaria de la artista. Sus obras son a veces cuentos, que podríamos asociar a Somerset Maugham y Edgar Poe porque, en literatura, lo monstruoso y lo bello se abrazan en un mismo conjunto conceptual.
La misma semántica que enuncian los títulos de las obras de Inés Tolentino expresan un diálogo con los dibujos, si tomamos el título “Las que mataron al puerco”, “las que”, sería designación de aquellas pero a la vez es un binomio bastante general que puede pertenecer a un grupo, a un generación o a un movimiento. Pero no dejan de ser aquellas que mataron al puerco y nos queda también la mística y la curiosidad de quien fue ese puerco, quien es el puerco.
Ese animal acostado, muerto, tirado, asesinado, es aquel mismo monstruo que pretendió matar de odio, matar por misoginia, matar de rabia, matar de espanto y de machismo. De él sí sabemos que es aquel que mató la inocencia de la novia, aquel que mató la inocencia de cualquier mujer que acechaba, aquel que solamente veía la posibilidad de crimen y de horror en su deseo.
Centradas y en fondo, dos adolescentes que ya cometieron el crimen justiciero de la venganza en su dolor. A su vez dos pistolas grises, dibujadas con esmero figurativo y realista escenifican con la pose y el movimiento de dos piernas transparentes adivinamos que aquel cuerpo de mujer adolescente y preadolescente pudo vengarse de la violencia, cometieron el crimen y le devolvieron la muerte física y carnal a quien pretendía en su monstruosidad matar el alma.
El horror visual aparece con las geometrías de círculos imperfectos con colores pasteles y tiernos entre amarillo y rosado que cubren las papeletas y los dólares. En esta imagen tan equilibrada Inés Tolentino detiene la violencia y la violación, pero la detiene con el ajusticiamiento de la mujer, trazo limpio, ligero, trazo seguro de conciencia.
Antes de concluir el crimen, tenemos toda una secuencia de escenificaciones. Nos atrae la atención las dos manos con esas manchas rojas que señalan al cuerpo de ese puerco yaciente, un puerco matado en toda su masa monstruosa que recibe la muerte por encima de la avaricia, de la codicia y del poder significado por el dólar, recibe la venganza con pétalos de rosas.
Pero también nos llama a la atención en la composición de estos dibujos la coherencia gráfica que siempre estuvo en la obra de Inés Tolentino, en ese trazo y en ese dibujo tan fino, tan delicado que parece que ha dibujado la forma en cuerpos de cristal, tenemos en fondo a dos niñas reconocibles por sus vestidos de infancia, dos niñas que tienen el gesto en brazo y hombro de la impotencia y a la vez de la expectación. A la derecha un cuerpecillo de niña con un vuelo en el vestido, cuerpecillos de niñas que también toman conciencia a través del espectáculo del monstruo asesinado, del monstruo que hay que observar.
El conjunto de los dibujos es una escenificación del crimen, pero del crimen del ajusticiamiento frente a la monstruosidad, en uno de los dibujos tenemos una composición de una poética ruda, pero de una poética visual espantosa cuando una niña está jugando con el cráneo, cráneo máscara, cráneo muerte, jugando al lado de aquel puerco que una vez adolescente tuvo que matar.
Las secuencias de movimientos físicos son una estrategia muy teatralizada en el dibujo que se detiene como imagen. La mujer arrodillada viendo yacer la mujer víctima frente al verdugo no es más que monstruosidad y en el fondo vemos la niña sentada de manera perfilada como la Cleopatra inocente.
Inés Tolentino, pone en escena una historia dramática dibujada, las secuencias gráficas son como los carteles de un película que pudiera ser interpretada de manera performativa.
La escena final de esas dos figuras femeninas está en la mujer, la adulta que asume la venganza de su cuerpo violado, con el entierro y con la muerte del verdugo.
El conjunto de estas obras es una serie donde el dibujo lleva a la conciencia psicológica femenina, respondiendo con ética y estética en la consciencia de las mujeres capaces de vencer su destino por encima de la violación.
“La novia de doce” es la inocencia más callada, la identidad más oculta, la novia de doce es la víctima que reconocemos por esos pies pintados, esos pies inseguros, y ese vestido.
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Este dibujo compuesto con una eficiencia minimalista extraordinaria, con una significancia física que llama el sueño y agita el misterio, es una obra que se confunde en el blanco del papel y en el rojo de las uñas: así como en ese cordoncillo rojo que une los dos pies como si ella, la novia de doce, estuviese arrastrando su destino por los pies.
Ese detalle del cordoncillo rojo enciende un juego visual extraordinario. Cuanto mas te acercas entre los dos pies, el tobillo y mitad de pantorrillas puedes adivinar el trazo de un rostro adolescente de mujer con un puntito de labios, con dos puntitos de ojos y ese mismo lazo rojo puede ser la frontera del cuello con el cuerpo, puede ser la frontera del rostro con toda la anatomía, tenemos en este dibujo un simbolismo fundamental que marca el señalamiento psicológico con el señalamiento social.
“La novia de quince” también confunde rostro-cuerpo, pero marca su drama en ese surco de gotas de sangre, la víctima quizá fue arrastrada y quedan visibles sus pies y el vestido. Inés dibuja en señalamiento de cuerpo y en señalamiento de toques rojos, gotas rojas, una anatomía irreconocible, un cuerpo que no se identifica…. Pero, como el detective de un crimen, sabemos por los pies, sabemos por el rodillo y sabemos por el vestido que estamos ante un cuerpo de una mujer, estamos en un cuerpo femenino violado. La obra “Cuerpo presente” asume la totalidad dramática de una historia trágica pero a la vez valiente.
La mujer yace con esa perfección del espacio a la derecha en diagonal con un vestido que puede ser toda la transparencia de su cuerpo en el alma.
Las tintas expandidas en puntos de sangre envejecidas con el tiempo son los símbolos de la muerte, la mujer yace con brazos sacrificados, con las manchas de transparencias aguadas y la expansión de la tinta que cubre el papel blanco, nos llama a un duelo llevado al sueño de lo que fue el horror de su vida.
He aquí una composición nítida, en la distribución espacial por una puesta en escena gráfica donde la mujer fue la trama y el drama de todo este conjunto artístico. Estas obras para la exhibición “Susurro” nos invitan a un viaje conceptual entre los performances de Nikki de Saint Phalle, y las transparencias de Virginia Woolf.