Inés Vargas es una espigada morena cuya misión es ayudar a perfumar y a engalanar los hogares de muchas familias que residen en la zona oriental de Santo Domingo.
Lleva casi cinco décadas con los brazos libres, portando en la cabeza una cubeta con agua llena de flores, y cada vez que la aborda un cliente tiene que bajarla, volver a subirla y seguir caminando, porque asegura, sonriendo: “el caminar me tiene linda”.
No importa que haya un sol radiante, esté nublado o llueva; haga frío o calor; ella sigue con la mirada fija hacia adelante, dejando tras de sí no sólo el perfume de los claveles, lirios calas, rosas y pompones, entre otras flores, sino el ejemplo de mujer laboriosa, constante y feliz.
Con el producto de esa actividad crió a sus tres hijos, dos hembras y un varón; las primeras ya están casadas y le han dado tres nietos y un bisnieto.
Se siente satisfecha porque su madre, que murió de 103 años, le dio el ejemplo: “si uno ve que su mamá trabajó ¿cómo no va a trabajar también? –se cuestiona– y en la misma pregunta está la respuesta.
Pero solo trabaja los jueves, viernes y sábado, cuando se levanta de madrugada y a las seis y media de la mañana va rumbo a los alrededores del Mercado Modelo, a buscar su mercancía.
No hace la compra de los tres días, sino cada vez, porque “a la gente le gustan las flores frescas”. Algunos clientes son fijos, pero la mayor parte de la venta es ambulante. Es un negocio que no le genera grandes beneficios, pero, como dice el refrán: “A lo que usted sabe es a lo que tiene que llegar”.
Sale a las once por las calles aledañas de Villa Faro, donde reside, y caminando y caminando pasa por sectores como Hamarap y Mandinga, hasta llegar a El Brisal, donde se tropieza con todo tipo de gente y donde no hay seguridad.
Señala que cuando los chicos callejeros la ven le dicen: “Tengan cuidado con mi abuelita”, a lo que ella contesta: “ustedes son mi policía”, porque son zonas muy peligrosas, “calientes”. Pero no tiene miedo, se siente respetada.
Inés confiesa que el gusto de sus hijos sería que ya se retirara, a lo que ella se niega porque todavía, con excepción de un ligero dolor en el hombro, dice que está muy bien de salud.
–“No puedo cansarme mucho porque solo son tres días que trabajo. Además, el doctor me dice que si me siento, me tullo”– afirma.
El resto del tiempo lo dedica a disfrutar de la familia y ayudar en algo en la casa y lo recalca: –“No hago oficios, solo ayudo en algo”.
Y así, entre sonrisas y anécdotas sobre Villa Faro, cuya historia se sabe al dedillo, nos despedimos de Inés, quien con su trabajo dignifica este Día Internacional de la Mujer.