La muerte de un ser querido es una situación por la que muchos hemos pasado y que atravesaremos siempre a lo largo de nuestra vida.
Nos deja sin palabras, no podemos expresar lo que sentimos y nos aferramos a algo que no existe. Como si nos hubieran arrancado una parte vital de nuestro ser, aceptamos la ausencia pero el dolor es insoportable y siempre pensamos que podemos recuperar lo que nos falta. Pero no es así.
Las muertes inesperadas y violentas nos dejan sin sentido, por un lado aturdidos y por otro, sin entender; pero con un sabor amargo de injusticia e incredulidad.
Eduardo H. Grecco escribió en el año 2000 en el libro Muertes inesperadas. Manual de autoayuda para los que quedamos vivos, que la vida es la que a veces separa y la muerte la que une.
Este autor enfrenta la delicada problemática que invade a las personas que pierden a un ser querido de forma inesperada, destacando el proceso de integración de la pérdida y sentimientos asociados a cada etapa: sanar el recuerdo, purificarlo agradeciendo el tiempo compartido, despedirse de ese ser a través de la escritura, canción, dibujos ya que la muerte inesperada no da espacio para saldar cuentas, decir adioses, limar rencores o dar un abrazo más. No busca alivio, sino comprensión.
La muerte sorpresiva tiene este color traumático para quienes quedamos vivos. Es algo que no logramos metabolizar, incorporar y transformar en acción efectiva. Y, como en todo trauma, existe en esta experiencia una tendencia a la rememoración dolorosa de este episodio, a veces en sueños, a veces en plena vigilia.
La muerte inesperada sobresalta, asusta, pone al hombre frente a un peligro inexplicable del que se quiere huir, que desordena y hasta paraliza. Por eso, frente a ella, la mayoría de las personas se desconciertan y van de un lado a otro en busca de la liberación y comprensión que no llegan.
Con la muerte de un ser querido aprendemos a que existen momentos buenos de altivez y derrotas que hay que aceptar con la cabeza bien alta, a que tener a alguien a nuestro lado no significa seguridad, todo cambia, nada es estable, y que debemos construir todos los caminos en el hoy porque en el mañana nuestros planes son demasiados inseguros.
En ese trance nos encontramos cuando nos falta lo que tanto anhelamos y el mundo se resquebraja rompiendo todos los esquemas que habíamos forjado en nuestra vida. Somos incapaces de tirar para adelante, perdemos el sentido por lo que nos rodea y esa ilusión que antes teníamos se va haciendo pedacitos, incluso anhelamos la muerte como motivo y pretexto de nuestra salvación a nuestros males, a nuestros pesares.