Infatuados por un político atípico

Infatuados por un político atípico

Las ruidosas demostraciones de inconformidad que el presidente Medina ha recibido en las últimas semanas se derivan del desvanecimiento del infatuamiento a que estaba sometida la población. Existía un embobamiento colectivo en que uno admiraba a fe ciega las ejecutorias del Presidente peledeísta desde el 2012 y su notable habilidad para organizar y enderezar la administración pública.
Era una vida de ensueño en que los grandes problemas nacionales pasaban desapercibidos o se minimizaban con una agresiva campaña publicitaria que hora a hora satura los medios de comunicación. Ya no se deja espacio para que se pueda reflexionar de como ocurren las cosas. La consigna es que no se piense y se vean los errores del oficialismo. Todo al estilo de 1984 la obra cumbre de George Orwell escrita en 1945.
Aun cuando la palabra infatuado sirve para designar a un amor adictivo y de entrega nociva, para el caso político dominicano se aplica por esa peculiar forma de que como nos habíamos entregado en brazos de un político que a casi todos había cautivado por su sencillez y aparente facilidad de acceso a su persona.
Pero las cosas se torcieron en el continente cuando las ambiciones rompieron las barreras de la prudencia. Se cayó en manos de los agresivos brasileños, políticos, técnicos y financistas, que sin eructar ofrecieron villas y castillos con sus paquetes de financiamiento de obras, que nunca se rehusaban. Incluso se financiaban sus campañas electorales. Todo para un entramado cuidadosamente entretejido de dinero abundante para construir obras de toda naturaleza en base a precios muy atractivos para luego llevar a cabo los reajustes.
El costo final de las obras se elevaba muy por encima del ciento por ciento del valor original. Ese escalamiento era de proporciones indecentes y ahí amarraban a políticos, funcionarios y técnicos, brasileños y locales, para llevarse el triple de lo que se había acordado originalmente. El escalamiento de precios era de proporciones increíbles y de esa forma se pagaba las coimas y beneficios adicionales para los promotores. Hasta se recurría a la extorsión cuando algún funcionario se resistía a enrolarse en el tinglado de lo mal hecho.
El caso de Odebrecht ha contribuido a que los dominicanos nos tropecemos con el mundo de la realidad política contemporánea en América Latina. Está llena de corrupción y de la maldad de los políticos en sus estrategias de enriquecimiento y de envilecer el sistema democrático. Todo para asegurarse una permanencia en el poder.
Y a nombre de muchas concesiones populistas con tantos bonos diferentes mantienen embaucados a una mayoría inculta que cada día sale peor preparada de las escuelas. Se ha experimentado una enorme sangría de dinero del presupuesto dominicano para dedicarlo a la educación. Hasta ahora solo se exhiben las edificaciones escolares mientras los maestros persisten en su mediocre preparación y entendimiento pese a sus notables beneficios que han recibido en sus condiciones de trabajo.
Mientras la corrupción quedaba confinada en el entorno de las costas y la frontera dominicana todo era de consumo vernáculo. Tal era la tradición criolla que la ciudadanía ha conocido desde siempre la voracidad de los políticos. Desde aquellos que armaban revoluciones si no se les reconocía sus sacrificios, o les nombraban a sus seguidores, hasta los que exigían las aduanas de Puerto Plata o la administración de los ferrocarriles del Cibao. Era que el cohecho quedaba en lo tradicional de la conducta de los políticos que se destacaban al exhibir sus ingresos extras por sus riquezas mal habidas. Y de antemano, por la tradición dominicana de olvidarse de los robos al Estado, sabían que no habría consecuencias penales ni tan siquiera morales. Y es que el desvío de los recursos públicos para enriquecerse era parte de las hazañas obligadas de los políticos que ocuparan una función pública.
Pero el escándalo de la Odebrecht convirtió en viral la corrupción y se hizo internacional. Esto permitió que tantas ataduras de complacencia y de tan solo murmurar en reuniones de amigos contribuyó a que tantas reuniones eran para comentar los casos de corrupción locales. Se ampliaban y se desataban para atacar abiertamente y señalar a los corruptos. Y bajo la sombrilla de la moralidad se exige abiertamente castigo a los coimeros en un baño de moralidad muy peculiar. Ahora se exige a los gobiernos del hemisferio que cumplan con su deber de limpiar y señalar quiénes fueron favorecidos por los amplios recursos con su origen en los bancos brasileños. Y en el país barrió con el infatuamiento que por varios años los peledeístas nos mantuvieron en la burbuja de la credibilidad de la obra de un partido.

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