Infelices y turpenes

Infelices y turpenes

Un “infeliz” es una persona que no ha tenido la suerte de ser feliz. Parece que la felicidad es un ente caprichoso, que abraza a unos y desdeña a otros. Desde tiempos inmemoriales la gente consulta a los astrólogos para saber si tendrá “un destino feliz”. Pero es difícil romper la costra del futuro, aun para los adivinos más experimentados. Los usos lingüísticos de los vocablos felicidad y desdicha, abarcan muchas modalidades expresivas. Se dice, por ejemplo, “aquel hombre no era más que un infeliz de Los Bojotales, sin oficio, ni dinero;” “se llevaron preso a ese infeliz y pasó muchos malos ratos en prisión”.
Todo esto significa que un “infeliz” puede ser también un desvalido, sin apoyo social, ni político. Se trata, en este caso, de una distinción de clase, de educación, de poder o de carácter. El “infeliz” de Los Bojotales, quizás estaba sonriente y contento cuando se lo llevaron preso. Los abusos cometidos con él en la cárcel, indican que, afectivamente, era un “infeliz”: no tenía quien “metiera la mano” para defenderlo, nadie le llevó un plato de sopa a la celda. A pesar de la “propaganda francesa” no hay en el mundo igualdad, ni libertad, ni fraternidad. Las sociedades están compuestas, como decía Juan Bosch, por “tutumpotes” e “hijos de Machepa”.
En el argot político vernáculo se distingue claramente entre “un comelégamo” y “un peje cajón”. Los policías observan en que clase de vehículo llega al bar un individuo; por su cara y gestos, su ropa y zapatos, saben si es un “comelégamo” o un “peje cajón”. Si determinan está última condición social, política y económica, lo tratarán con “los miramientos y cuidados correspondientes”. Es obvio que los “infelices” no gozan nunca de estos privilegios.
Las injusticias son antiguas; los arqueólogos pueden clasificar diversos “estratos” de la injusticia, yuxtapuestos a lo largo de la historia humana. Los lingüistas examinan palabras que contienen relatos concretos de prejuicios y discriminaciones. Los “tutumpotes”, lo pueden todo; los hijos de la humilde mujer llamada Machepa, no pueden nada. Lengua, historia y política, se entrelazan para ofrecernos el paliativo de la esperanza; que los “infelices” y “comelégamos” no sean maltratados por “tutumpotes” y “pejes cajones”.

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