Por EL PAÍS
El mundo digital digital ha multiplicado las infidelidades por parte de las parejas y ha removido sus cimientos más profundos y ha creado nuevas modalidades, clases, subclases y hasta infidelidades en diferido. Si nuestros abuelos y padres tenían muy claro lo que significaba haber sido infiel a su pareja, definir lo mismo resulta ahora complicado, sutil, farragoso y siempre impreciso.
De acuerdo al estudio «Infidelidad en México (2020)», realizado por la empresa de investigación DIVE Marketing para Gleeden, una plataforma de encuentros extramatrimoniales, divide la infidelidad en tres categorías: física, digital y emocional. Según esta investigación, los actos de infidelidad digital que más duelen a los mexicanos, tanto hombres como mujeres, son: recibir y/o enviar fotos sugerentes o explícitas (83%), usar una aplicación para buscar pareja (82%), el coqueteo en línea (78%), enviar y/o recibir mensajes en publicaciones o estados (39%), silenciar notificaciones o poner el teléfono en modo avión (24%), uso de pornografía (11%) y dar like a otras publicaciones (4%).
“La infidelidad no se puede definir porque cada pareja tiene sus leyes. Ser infiel, entonces, sería incumplir lo que cada unión se marque en sus líneas de exclusividad. Por eso cada vínculo va a entender el término de manera distinta”, señala Miren Larrazabal, psicóloga clínica, sexóloga, presidenta de la Sociedad Internacional de Especialistas en Sexología (SISEX) y miembro del Lyx, Instituto de Urología y Andrología, en Madrid consultada por el periódico El País.
“El mundo digital ha multiplicado las formas de infidelidad, ha abierto el abanico y, por otra parte, mucha gente se siente muy segura en ese tipo de relaciones a distancia.
Lee más: La infidelidad en tiempos de Internet
El mundo digital y sus trampas para parejas fieles
El principal efecto secundario de la infidelidad, el que causa tanto dolor y el que, todavía hoy, hace que sea la primera causa de ruptura en la pareja. Ese jarrón chino que, una vez roto, ya no puede arreglarse sin que se noten sus grietas.
“En el mundo analógico, cuando se había producido una infidelidad, el número de veces que se había sido infiel era un barómetro a tener en cuenta. Podía marcar la diferencia entre una cana al aire sin importancia, algo meramente sexual, y algo ya más íntimo, donde tal vez había amor o una mayor implicación emocional”, señala el sexólogo Raúl González Castellanos.
“Pero el cuerpo a cuerpo ha pasado ya a un plano secundario. Es más, incluso no es necesario que haya cibersexo o sexting (envío de fotos o mensajes de contenido erótico).
Mucha gente considera infidelidad que la pareja vea pornografía, que se apunte a una app de citas, aunque nunca la utilice, o que chequee en las redes sociales la vida de su ex”, puntualiza el también psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par, en Madrid.
No hay que olvidar que muchas personas que coquetean en línea no lo hacen para poner los cuernos, ni siquiera para buscar pareja.
Ese intercambio de likes, comentarios y conversaciones íntimas se hace, a menudo, para acariciar la autoestima, para comprobar que todavía somos poseedores de un cierto sex appeal, por el anhelo de experiencias nuevas o para contrarrestar el efecto de un mal día, buscando esa emoción furtiva que lo repare. El perfil del infiel digital es alguien con baja autoestima que necesita refuerzos instantáneos.
¿Se acuerdan de la película Sexo, mentiras y cintas de video (1989), que también hablaba de infidelidades? El sexo es cada vez menos frecuente si atendemos a las encuestas que dicen que nuestros padres y abuelos tenían más encuentros que nosotros, y las cintas de vídeo hace ya tiempo que solo se encuentran en los rastros. Lo que sí permanecen son las mentiras.