Infieles hasta en los sueños

Infieles hasta en los sueños

ÁNGELA PEÑA
La infidelidad masculina es un problema tan grave como el económico, tal vez mayor. La mujer casada con esos tenorios impenitentes que han hecho de los amoríos y romances extramatrimoniales una costumbre, no tiene vida. Es una sufrida víctima que transmite su dolor, su humillación, a cuantos le rodean: compañeros de trabajo, familiares, amigos, vecinos. Es un alma en pena desflecada, destruida por la burla, llorosa, sin ganas de vivir, inapetente, esquelética, angustiada que convierte el hogar en una ruina de tristeza y depresión porque todos sus sentimientos son de amargura.

La melancolía y el abatimiento la embargan y antes que abandonar al empedernido adúltero prefiere el sufrimiento compartido y el lar desecho por sus dudas, inseguridad, dependencia.

El fenómeno es común y se incrementa. Las tantas quejas y tan arraigado hábito motivan a investigar las causas y averiguar si el implacable traicionero tiene cura, por qué es tan generalizada la deslealtad con la persona supuestamente amada. Dicen que el pérfido busca complementos que su pareja no le brinda en los aspectos intelectuales, sexuales, físicos, emocionales o que va tras un combustible pasional que no encuentra en casa. Pero el dato más preocupante es el que afirma que es una tendencia heredada genéticamente, y ahí es que la pintura es dura.

Sin embargo, otros entendidos advierten que el hombre que es infiel es porque le apetece serlo, porque “nunca hacemos nada que no queramos”. La infidelidad, se explica por otro lado, no tiene justificación si la pareja funciona bien en todos los aspectos, y agrega que ésta es el camino del cobarde que prefiere el engaño a la verdad. El consejo más acertado es el de un estudioso de cuestiones matrimoniales: “Cuando no hay amor, no hay deseo ni excitación, hay que romper el vínculo porque la permanencia en ese estado dificulta el crecimiento personal de cada cual”.

Los casos de infidelidad son alarmantes. Las esposas se quejan de un ingrediente nuevo: el cibersexo o la infidelidad virtual, que es el de los devaneos por Internet. Es precisamente en la red donde más estudios se encuentran sobre el caso, agregando a las causas citadas las que se dan por instinto de sobrevivencia, inseguridad, venganza, insatisfacción, interés, fantasías sexuales frustradas, la monotonía de la pareja, el estrés, la costumbre, influencia de terceros, la envidia, la aventura, la promiscuidad.

La infidelidad, aseguran,  puede ser pasajera, espontánea, provocada, planeada, momentánea o eterna. La otra, la que acompaña al infiel, es como un billete, nadie sabe hasta qué grado se puede asfixiar el desleal, descalabrando su unión oficial.

Destacan los estudiosos que junto a las dificultades económicas y la falta de comunicación, la infidelidad es la razón más común de desavenencias y rupturas entre cónyuges y de la disolución familiar. Unos la toman en broma, como los que exclaman que sólo tienden a rechazarla los religiosos, moralistas, los obesos y los impotentes. Algunas mujeres muy seguras las enfrentan alegando que “no hay fogón que no prenda, que lo que pasa es que hay varones que no lo saben encender”. Y por otro lado está el extraño y muy escaso planteamiento de los hombres fieles que además del ejemplo de los fósforos coreanos que afirman rayan en una sola caja, se remontan a Freud quien escribió, presuntamente, que el verdadero hombre no es infiel, que todos esos donjuanes son otra cosa en potencia, que en ese interminable afán de aventuras lo que procuran, en realidad, es identificar y aclarar una inclinación extraña por el mismo sexo que yace oculta en sus sentimientos.

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