Informe al lector: hacía adónde apunto, por qué Rusia

Informe al lector: hacía adónde apunto, por qué Rusia

POR LUIS O. BREA FRANCO
En este trabajo ofrezco una especie de prólogo a un libro aún no escrito y va dirigido al lector habitual de mis artículos con el fin de esbozar, con suma brevedad, cuál es el objetivo que tengo al escribir la serie que llevo adelante sobre la cultura rusa del siglo XIX.

Mi propósito es ayudar al lector a visualizar en una perspectiva general, el conjunto de lo que pretendo resaltar cuando la investigación se pueda abrazar completa. Esto viene a satisfacer la solicitud de algunos lectores que me han pedido les brindara una orientación al respecto. Este ensayo es, pues, una invitación a que el lector asuma y ponga ante sus ojos la problemática general que me guía –la realidad del bosque- y se olvide por un momento de los árboles, esto es, de los artículos considerados uno a uno.

Desde septiembre de 2006, cuando comencé a escribir en Areíto la columna «Crónicas del ser», he venido publicando una serie de artículos que tienen como hilo conductor el desarrollo de la cultura rusa durante una parte del siglo XIX, específicamente, durante 65 años. Tal período fue sumamente rico en acontecimientos culturales y comprende más o menos la época en que se desarrolló la labor creativa de Dostoievski, y fue, además, el período que en Rusia se establece el capitalismo y pierde vigor la visión tradicional anclada en el despliegue histórico milenario de la cultura rusa.

Esta investigación surge en el contexto de mi interés -que persiste desde hace muchos años- por analizar el curso de las ideas que representan la base de las diversas cosmovisiones  o «Weltanschauungen» que se originan con el triunfo de la modernidad y contribuyen a configurar su sentido histórico y sus consecuencias políticas, económicas, éticas y religiosas.

Así, desde agosto de 2004 hasta la mitad del año 2006 -entonces escribía para las páginas del diario El Caribe-, después de haber terminado la investigación metodológica sobre la filosofía de Nietzsche, sentí la necesidad de profundizar mi conocimiento sobre el siglo XIX.

Decidí concentrarme en cómo y con cuáles matices ideológicos había reaccionado la intelectualidad europea de esa época –entre los cuales se contaba Nietzsche- ante el fenómeno histórico que la marcaba: la consolidación operativa, fáctica, de una interpretación del mundo que venía asumida bajo la genérica denominación de «modernidad», la cual comienza a regir soberana a través del triunfo y la consolidación de la burguesía y el capitalismo.

Sin embargo, a los pocos meses de iniciada esa indagación me percaté de que la modernidad: sus orígenes, los diversos modos de interpretarla, sus diferentes desarrollos y sus consecuencias, era un tema sumamente complejo que ramificaba y derivaba en múltiples perspectivas ideológicas, que luego constituirían el anclaje espiritual de la cultura y de la visión histórica que dominaría en el siglo XX.

A mitad del siglo XIX, que es cuando comienzan a dominar tales ideas y transformaciones, es también cuando empieza a aquilatarse las consecuencias de la expansión de Occidente, mediante la imposición de su «verdad» y sus «valores» en cada rincón de la Tierra, en un proceso dominado por la extrema violencia, que introduce e impone la vigencia de una única «lógica» como válida para toda la Tierra y sus habitantes: la lógica de la eficiencia y de la primacía de lo utilitario sobre cualquier otra proyección valorativa o espiritual, algo que es implícito al capitalismo y a su expansión, a través del desarrollo y la proyección de su poderío mediático, tecnológico.

En ese preciso momento, alrededor de 1850, comienzan a sospechar importantes creadores y pensadores de Europa y su periferia que hay un engaño mayúsculo en los valores que propone la modernidad ascendente.

Desde diversas direcciones se comienza a plantear, con inquietud, interrogantes en torno al sentido de la civilización; se formulan preguntas sobre si realmente los valores fundamentales de una civilización en ascenso podrían sustentarse únicamente en el despliegue de su poderío material: económico, tecnológico y militar; comienza a debatirse si lo nuevo que trae la burguesía no es síntoma de que la cultura occidental habría entrado en una fase autodestructiva, o cuando menos, en una fase decadente, pues se percibe el dominio de la modernidad como el barrido de todos los valores históricos y de todas las tradiciones, imponiendo con ello el triunfo de una forma extrema de nihilismo, el hundimiento de todos las medidas y jerarquías ancladas en alguna tradición, fe religiosa o valores originados en un proceso histórico; criterios estos que habían servido por milenios como soporte y cordón umbilical que ligaba e identificaba a la humanidad con sus orígenes, con su historicidad y con sus fundamentos ontológicos.

Fue entonces, cuando en mis artículos de aquella época, comencé a explorar diversas visiones contrapuestas a la perspectiva triunfante de la modernidad y sus consecuencias libertadoras, y fue también entonces, cuando comencé a comprender que, precisamente, cuando una sociedad intenta transformarse, según las perspectivas de la modernidad, su cultura y sus tradiciones sufren un tremendo desgarramiento que hay que pagar con alto precio en pérdidas irreparables para los fundamentos de su visión del mundo, lo que provoca una profunda crisis en el entramado creativo, filosófico, ético y religioso que la sustenta.

En ese proceso de exploración histórica me topé con ideas muy polémicas de Dostoievski, respecto a la modernidad y pude enterarme de sus luchas contra los intentos de imponerla en la sociedad rusa. Descubrí textos en los que el escritor esbozaba posiciones que me resultaron nuevas y sumamente interesantes sobre cuál había sido su perspectiva del fenómeno de la modernidad. Empero, al mismo tiempo, estas ideas no encajaban en el horizonte que tenía de sus ideas desde mi visión de lector asiduo de su obra.

La lectura, en aquellos momentos, de dos libros que planteaban problemas críticos acerca del desarrollo del pensamiento en Rusia y en Dostoievski, en particular, me resultaron sumamente oportunas y fructíferas, y me permitieron realizar un encuadre nuevo de los problemas que con respecto a la modernidad me planteaba. Tales obras fueron el magnífico estudio «Tolstoi o Dostoievski», del humanista George Steiner, y el excelente análisis de las corrientes del pensamiento ruso en el siglo XIX de Isaiah Berlin, «Pensadores rusos».

Situado en esa circunstancia, comencé a profundizar en la cultura rusa para intentar comprender cómo y por qué el tránsito hacía la modernidad de esa sociedad habría de resultar, en el siglo XX, tan trágico y emblemático.

Cómo tenía que ponerme límites para circunscribir mi análisis busqué una obra en la literatura rusa que me permitiera tomarla como una cifra y un símbolo de todo el proceso de toma de consciencia sobre las posibilidades que abría la modernidad a la inteligentzia rusa.

La obra que seleccioné fue la novela de Dostoievski, «Demonios». La elegí por varios motivos: porque causó escándalo por las ideas en ella debatidas, tanto en el tiempo del escritor, como en diversas lecturas que se realizaron a lo largo del siglo XX; además, porque se puede considerar «Demonios» como una obra profética sobre las consecuencias de las luchas por instaurar la modernidad en Rusia; igualmente la elegí porque muchos de los paralogismos que en ella se plantean permanecen abiertos para nosotros; y finalmente, porque, en ella Dostoievski registra y toma posición frente a todas las ideas y perspectivas intelectuales vigentes en su tiempo, sobre cuál sería el destino que se derivaría para su patria en caso de que tales concepciones se impusieran o llegasen a dominar el horizonte cultural de la sociedad rusa.

Además, había un aspecto ulterior, que iba más allá de la obra de Dostoievski, pero que, sin embargo, se relacionaba con ella. Esta dirección se refiere a la causa exterior que movió a Dostoievski a escribir la obra: el descubrimiento, publicidad y posterior explicitación en un proceso público de la conjura organizada por el feroz anarquista, Sergei Necháiev, quien fue uno de los más extremistas teóricos del nihilismo ruso y promotor de una salida terrorista para encaminar la lucha de liberación social del pueblo.

Con la figura de Necháiev y su idea sobre la necesidad de un desenlace terrorista para la lucha revolucionaria en Rusia se cierra -estimo con un rotundo fracaso para la convivencia democrática- el primer intento de arraigar la modernidad en ese país.

La clase dirigente rusa fracasa en crear una alternativa democrática, civil, arraigada en la propia cultura, al brutal proceso de instauración del capitalismo en curso por esos años, que resultó ser la opción triunfadora en esta primera etapa de la lucha.

En «Demonios» encontramos un retrato sarcástico e irónico de un proceso que se concluiría con el fracaso total de las ideas de la «inteligentzia» liberal y de las populistas socializantes y de su proyecto de construir una sociedad con características modernas mediante la adopción de la visión y valores que regían la cultura occidental en el siglo XIX.

Mis artículos intentan ofrecer al lector una especie de modelo histórico que busca reconstruir algunos aspectos del debate cultural e ideológico vigentes en la sociedad rusa en la época de Dostoievski, de modo tal que podamos proceder a leer su obra y la de los escritores de su generación con aprovechamiento, colocándolas en el tejido ideológico vital, característico de su tiempo.

Entre las naciones periféricas con mayores posibilidades de insertarse en el contexto de la modernidad, según el modelo que representaba Europa en el siglo XIX, que regía como el centro del mundo, se encontraban dos países que eran vistos como los más prometedores: Estados Unidos y Rusia.

En la elaboración del modelo histórico que adelanto en esta investigación pude haberme decidido a analizar a cualquiera de los señalados; elegí a Rusia porque es menos conocida para nosotros y, además, porque ha sido, quizás, la nación que ha pagado el mayor tributo en sangre y dolor, en lo que respecta a vidas suprimidas y a existencias desarraigadas y destrozadas en su intento por transitar a la modernidad.

Lista de artículos publicados hasta el momento

La irrupción de la modernidad en Rusia: un modelo histórico

Ensayos sobre la época de Dostoievski

1. El mundo como entramado de sentido

2. La Rusia de Dostoievski

3. Un poder sostenido en Dios y en el abedul

4. La literatura como campo de batalla

5. La aparición de la inteligentzia

6. La trágica generación liberal

7. Visarión Belinski en la época de su formación.

8. El «furioso Visarión»

9. El poder de la vanidad o Gógol contra sí mismo

10. Bajo los azotes del huracán Belinski

11. Una mirada a la ciudad del aire

12. El exordio de Dostoievski

13. Dostoievski y la Pléyade

14. Belinski como padre del nihilismo ruso

15. La visión de Dostoievski en los años sesenta del siglo XIX

16. Aproximación a Aleksandr Herzen

17. Herzen como pensador de la identidad nacional rusa

18. Herzen como filósofo de la libertad

19. Incompatibilidad de la libertad con un sentido para la historia

20. El tiempo de lo terrible y sombrío

21. La continuación de la lucha

22. La creativa y transformadora década de los años sesenta del siglo XIX

23. Rusia en los an_os sesenta en el siglo XIX: La liberación de los siervos

24. Rusia en los an_os sesenta en el siglo XIX: las otras reformas

25. La gran batalla de «El kolokol»

26. El antagonismo entre generaciones a partir del año de 1860 en Rusia

27. Rusia: Intelectuales y universidad en los años sesenta del siglo XIX

28. El movimiento estudiantil en Rusia en los años sesenta del siglo XIX

29. Iván Turguéniev o el arte de describir sin tomar partido

30. Sobre la vida y obras de Iván Turguéniev

31. Las ideas de Turguéniev situadas en el contexto de su época

32. Las novelas de Turguéniev: «Rudin»

33. Las novelas de Turguéniev: «Nido de nobles»

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