Infortunada banderola deportiva

Infortunada banderola deportiva

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El Comité Organizador de los XIV Juegos Nacionales, a celebrarse en marzo del próximo año, le presentó al país la escogencia de la banderola distintiva de la actividad. Tal presentación, en vez de elevarnos la autoestima por el progreso del deporte nacional, ocasiona un profundo pesar por la penosa combinación de los símbolos para representar tanto a Santiago como a Salcedo.

El hecho que el creativo de la imagen eligiera combinar los rostros de las Hermanas Mirabal con el monumento que ahora es identidad de Santiago, revela la edad del novel artista, que parece no saber que ese monumento, paradigma de Santiago, fue en la década del 50 el homenaje que se le hacía a Trujillo como el Monumento a La Paz por sus más de 20 años de control del país por su férrea dictadura, mientras que las Hermanas Mirabal fueron las más emblemáticas víctimas del dictador, que tan alevosamente fueran asesinadas cerca de Santiago en noviembre de 1960.

El Monumento a La Paz de Trujillo fue una gestión de distinguidos munícipes de Santiago y del país que quisieron plasmar, en una imponente estructura tipo romana, recubierta de finos mármoles, lo que significaba para el país que se hubiese ordenado y pacificado a sangre y fuego por un hombre que supo eliminar la oposición e instaurar un período de una sangrienta y temerosa paz que había eliminado a todos los caciques y generales rurales, principalmente cibaeños, que durante los primeros años del siglo XX habían impedido que el país se desarrollara y precipitaron la ocupación norteamericana de 1916.

Desaparecida la dictadura de Trujillo, los santiagueros tuvieron una idea genial; en lugar de derribar esa enorme columna, que simbolizaba la paz de la dictadura, con el ángel que coronaba la cúspide, le cambiaron el significado en 1962, para transformar la torre del Cerro del Castillo en un símbolo de reconocimiento a lo que habían hecho los héroes de la Restauración, casi todos del Cibao. Estos supieron sublevarse en contra de la mano de hierro española, que vería declinar su hegemonía en el Caribe, ya que en la década del 70 del siglo XIX, Cuba fue incendiada en una guerra patriótica, donde Máximo Gómez, primero soldado español de la Anexión, llevó la voz cantante en la lucha guerrillera de ribetes heroicos e insuperables en los anales de ese tipo de confrontación. El sacrificio de Máximo Gómez, José Martí, Antonio Maceo y otros culminaría en los albores del siglo XX en la independencia de Cuba, bajo la sombra del poder imperial que en aquel entonces comenzaba a enseñar sus garras de las ambiciones y predominio en la región caribeña.

Asimismo, el sacrificio de las Hermanas Mirabal después que habían participado en la organización de los movimientos subversivos en contra de la dictadura, que en enero de 1960 había estallado con fuerzas en todo el país, llenando las cárceles de cientos de jóvenes, muchos de los cuales fueron sacrificados salvajemente por una cofradía de sanguinarios seres, que asustados por la efervescencia popular y miedo en los huesos, preveían ya en un futuro cercano su final, se ensañaron con singular crueldad en las carnes de hombres y mujeres jóvenes, que habían decidido sacudirse de la feroz dictadura.

Sin embargo, fue necesario que los asesinos de la dictadura se precipitaran a cometer una acción errónea y costosa en contra de quienes se convertirían en el símbolo de nuestra redención cívica, y el país las convertiría en las mariposas inmortales, que perduran en un aleteo sublime para recordarnos que el nunca más debe ser la consigna nacional, pese a los desmanes de los políticos que heredaron ese sacrificio, sin saber ellos honrarlos, por el contrario, en los pasados 47 años solo han sabido mancillarlo con los más descarados latrocinios en contra del patrimonio nacional y hasta el haber precipitado la inmolación de preclaros hijos de la Patria.

De ahí la infeliz combinación de símbolos tan disímiles como el monumento a la Paz de Trujillo con los rostros de las Hermanas Mirabal plasmados en una banderola deportiva. Bien pudo elegirse para Santiago algún cuadro costumbrista del artista cibaeño por antonomasia Yoryi Morel, o una imagen de la catedral de Santiago. Es decir que el creativo que ideó la banderola parece no conocer una historia contemporánea, y quienes la aprobaron con rapidez no se percataron del desatino que cometían de perpetuar en un lienzo recuerdos tan distintos de las heroínas de Salcedo y lo que representó en su época un homenaje a un hombre, que si bien supo pacificar al país y ordenarlo, fue en base a un costo muy elevado de la sangre derramada de quienes se opusieron a sus sanguinarios instintos y propósitos de dominio de la población dominicana.

Publicaciones Relacionadas