Infracción y lástima

Infracción y lástima

Es el bies sucio de la enagua nacional. Esa indigencia ajena a los teneres. La tarea pendiente que por pendiente engrosa con el desdén y el paso del tiempo, con esa actitud caduca y perversa del na en ná y dale pallá. Esa marca país construida, machacada, convertida en sello de identidad. Y se grita, se vende, se asume. Está en la literatura, en las películas, en los programas de radio y tv, está en los de arriba y en los de abajo, en el ven mañana o no me acuerdo.

Va más allá del aplauso cuando el avión aterriza y del responso colectivo cuando hay un difunto cercano, del disparo el 31, del insulto después del semáforo. Es la violencia larvada y difundida. Sin sanción. Esa que permea todas las clases, toda la especie. Y se disimula en los centros comerciales, se esconde en los colegios, en la asamblea de accionistas, en la fiesta privada, en el póker y el golf. Está en la misa cuando aquella grey fervorosa exhibe la papeleta de la indulgencia pero se asquea con los menesterosos que se arrastran afuera del templo.

Está en el mal diagnóstico sin consecuencia, en el accidente con conductor culpable protegido en una clínica. Va más allá de la impunidad de prevaricadores. Sí, porque muchos aspiran a la construcción de la amargura y la rebelión, solo encima del latrocinio y hay más, mucho más.

Para conocer un colectivo basta transitar por la sórdida cotidianidad de tribunal. Jueces y fiscales palpan cada día el sentir de la mayoría. Es ahí donde se cuecen las habas de la distorsión social. Tanto ha sido el mangoneo, y el desprestigio de esas instancias, promovido por los soberbios mandarines de la ética, esos que arriesgan y ganan comoquiera, que olvidan el compendio que atesoran archivos legendarios de la infamia. Antes de las redes sociales, jueces y fiscales del norte, del sur, del este, oeste y del Cibao, sabían que existen niñas y niños prostituidos por padres y madres proxenetas. Antes del Facebook y del tuit avieso, paseaban por juzgados de instrucción y fiscalías, personas que además de alardear de las habilidades pélvicas de sus infantes, admitían con desparpajo el consumo de alcohol y cigarrillo, de criaturas balbuceantes, bajo su guarda.

La diferencia hoy, es la exposición inmediata de la práctica infractora y la existencia de un código protector contra el abuso. El pavoneo mediático, esa jaculatoria universal y fementida, ese golpe de pecho piadoso y fugaz, ignora el proceso previo a la promulgación de la Ley 136-03 y 24-97. El difícil tránsito del Tribunal Titular de Menores -1941- a un sistema que garantiza la integridad de Niños, Niñas y Adolescentes-NNA-. Aparenta desconocer que, después de acatar Convenios y Tratados, se logró el derecho a la integridad personal de NNA, la protección de la imagen, la defensa contra cualquiera que suministre, venda, aplique sustancias, que creen dependencia física o síquica. Del tratamiento al menor como delincuente, se pasó a la protección y cuidado.

Válida es la imputación al sistema, también procede denunciar la insistencia de las jerarquías eclesiales contra la prevención de embarazos adolescentes, empero, regodearnos entre el populismo y la caridad penal, implica anarquía y ratificación de la impunidad. Es el efecto de esa hipocresía que condiciona y acecha. Del ensayo de legalidad solo cuando hay interés partidista o corporativo.

Temor a la institucionalidad que abarca pobres, ricos, a jerarcas y a su parentela, a la sotana y sus nepotes. Institucionalidad que trasciende la injuria y la extorsión. La que afecta a Isabel Pantoja y a la infanta, también a Lenna Bush y Lindsay Lohan. Esa no interesa. Mejor mezclar compasión y miedo, confundir bondad con ley. Repetir el Santo Domingo No Problem y así solo hay dos o tres canallas y dos o tres males y continúa la francachela y el lagrimeo. Infracción y lástima es revoltijo.

 

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