Ingeniosa situación imaginaria

Ingeniosa situación imaginaria

Aquella joven era tan hermosa, que un amigo mío llegó a afirmar que el hombre que no mostrara admiración por ella estaba totalmente desprovisto del buen gusto, y además no se podía descartar que tuviera algo de cundango.

Lamentó no ser millonario, para poner la mitad de su fortuna en una cuenta de ahorro a nombre de ella en un banco, si accedía a convivir con él, aunque fuera en calidad de concubina.

En su casi demencial fijación romántica, sin haber conversado con ella le atribuía numerosas virtudes, entre las que citaba poseer un alma sensible y bondadosa, y una inteligencia que hacía frontera con el genio.     Picada mi curiosidad concerté una entrevista con la atractiva damisela en la casa de una amiga común, que se jactaba de su talento celestinesco.

En el diálogo que sostuvimos, la susodicha puso de manifiesto una incultura de tal magnitud, que se le hubiera podido perfectamente aplicar aquello de que “pensaba con faltas de ortografía”.

Me dijo sin ruborizarse que en sus dieciocho años de vida solamente había leído los textos escolares, y que a duras penas concluyó el bachillerato.

No estaba interesada en hacer carrera universitaria; su ilusión mayor era contraer matrimonio con un hombre adinerado que la proveyera de numerosas trabajadoras domésticas, porque odiaba el oficio de ama de casa.

Dijo que no leía los diarios ni le interesaban los noticiarios de los medios electrónicos, porque solamente contenían informaciones trágicas.

Debido a que mi amigo me había manifestado que los piropos que le prodigaba a su adorada eran recibidos con ostensibles expresiones de desagrado en su rostro, le dije que no valía la pena conquistar una mujer con la cual no se pudiera sostener una conversación sobre el acontecer nacional ni mundial.

-Estoy imaginando una situación-dijo con el esbozo de una sonrisa burlona-y es que suena el timbre de tu teléfono a las cinco de la madrugada; es ella quien te llama desde el apartamento que le prestó una amiga porque tiene que hablar sobre un importante asunto contigo. Llegas, y al tocar el timbre, la semianalfabeta te abre la puerta vestida solamente con una bata transparente, y te abraza y comienza a darte muchos besos en la cara; entonces tú, disgustado, la separas con un empujón, diciéndole: eche para allá, que usted no ha leído a Vargas Llosa ni a García Márquez. Luego te marchas rápidamente, satisfecho de rechazar a una inculta.

odavía hoy, muchos años después, sonrío al rememorar aquella ocurrencia.

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