Caminando con amigos, entre La Vega y Manabao, se lo aseguro, todas las preocupaciones se esfumaron: la ciudad, el calor, la agresividad, la gente, olvidados hasta los malos momentos que deja el amor, la traición, la incomprensión. La comunión con la naturaleza, las lomas infinitas, los precipicios, el Yaque, nos alejaron de todo malo pensamiento frente a la belleza de esta pequeña isla que tiene todos los paisajes del mundo, y estampas olvidadas en la ciudad, de rebaño, de olores, de cantos, bohíos pintados de ahorita.
Cuando llegamos a Jarabacoa, ya éramos otra persona. Qué sorpresa, una ciudad encantadora que emprende un mal camino, con todas sus lomas llenas de urbanizaciones, como si la nueva ola inmobiliaria vendiera la idea más alto y mejor. Seguimos hacia las cimas de Manabao, en el corazón del país, con sus impresionantes alturas, a pesar de todo, aún verdes.
Sin embargo, allá me esperaba una mala sorpresa: la sociedad de consumo con sus estragos, allá, hasta tan elevadas lomas, tristeza, confusión, rabia pero ¿qué hacer contra ese enemigo, silencioso, callado, presente en todos los actos de nuestra vida? Lo vi, bajando el Arroyo Grande, el Yaque del Sur, el Jimenoa, en las calles y en los montes, transformando todo en cañadas sucias, en playas asquerosas: es liviano, es colorido, se limpia bien, se dice que es higiénico. Sin embargo, crea estragos en la naturaleza.
Es el enemigo más silencioso de la humanidad, se vende con agua, con aceite, con pollo, con fritura, con shampoo, con huevos, con todo. Lo encontramos en todas partes y daña las calles, los alcantarillados, los ríos, el mar, los océanos, el bosque, la vida, causa muertes, ahoga, asfixia a los peces, ensucia las playas, no desaparece nunca: el envase de plástico o de poli estireno.
Los envases plásticos dejaron muchos beneficios a las multinacionales y muchos daños al Planeta Tierra. Es hora de decirles, ¡Basta ya al plástico, volvemos al vidrio! ¿A partir de cuándo; es tan difícil?