Inmigración descontrolada

Inmigración descontrolada

En nuestro país la inmigración parece estar  fuera de control. Si bien es cierto que nos llegan ciudadanos de todas partes del continente, la presencia haitiana es la más numerosa,  notable y, probablemente, la que en mayor proporción se cuela ilegalmente a través de  la vulnerable frontera.

La mano de obra haitiana se posiciona favorecida por su bajo precio en tareas duras como la construcción y la agricultura. Muchos  inmigrantes procedentes de Haití no son específicamente trabajadores, sino indigentes, pedigüeños que operan en las intersecciones. Otros están incorporados a la economía informal, vendiendo alimentos o chucherías.

El problema no es que ingrersen inmigrantes a este país, sino que carezcamos de controles mínimos sobre su ingreso y estada. Las migraciones son un fenómeno sociológico inevitable, pero carecer de controles sobre el ingreso de extranjeros puede resultar un problema de gran envergadura para cualquier país como el nuestro.

Hay puntos del país que están llenos de haitianos, virtualmente ocupados, pero da la impresión de que ninguna  autoridad o agencia del Estado tiene control real de esa situación. Estamos dejando de ejercer nuestra soberanía como Estado en un aspecto muy sensible y delicado, que se agrava con el tiempo. Hay que reglamentar la contratación de mano de obra extranjera y controlar efectivamente la inmigración.

Peligro y desidia redundantes
Las precipitaciones provocadas por Gustav han desbordado nuestros ríos, inundado nuestras calles y, por supuesto, puesto en zozobra a cientos de familias en varios lugares marcados por el peligro. Salvo la identificación de la perturbación de turno, nada es novedad y todo es redundancia. Es como reandar el mismo camino o releer la misma historia. Inundación, evacuación, refugio, alertas, hacinamiento y expectativas inquietantes, son parte de la redundancia.

Salvo Gustav, que evolucionó de depresión a tormenta y a huracán, nada es novedoso. Para las familias de La Zurza, La Barquita, Guajimía, Los Tres Brazos, La Ciénaga y otros, esa evolución solo significa tormento. Su traslado definitivo y la clausura de esos lugares como hábitat no están entre las prioridades de un vasto y costoso programa de obras anunciado por el Presidente para el mandato iniciado el 16 de este mes. Se ha dado nuevamente  la terrible redundancia del peligro y la desidia.

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