Es fácil imaginar al avestruz con la cabeza metida en un hoyo mientras es capturado. Pero según autores serios, al avestruz hay que agarrarlo cansado, y solamente cazadores expertos en caballos veloces pueden lograrlo. Pero esta falacia sirve para ejemplificar lo que les ocurre a quienes cierran los ojos para no ver su propia tragedia.
Tenemos en nuestro territorio varios cientos de miles de ilegales haitianos, mayormente indocumentados, analfabetos, desconocedores del idioma local, gran parte de ellos desocupados o en trabajos temporales e inestables. Parecería innecesario demostrar que nuestro país no tiene capacidad para darles alimentación, servicios de salud, educación y seguridad. Del discurso del presidente Medina se ha de entender que próximamente el Gobierno se dispone a expatriar al menos el excedente de los ilegales que no tienen razonables oportunidades de ocupar un lugar en el mercado de trabajo, o que ocupen espacios laborales y territoriales en perjuicio de nacionales dominicanos. De cualquiera forma que se mire, el expatriar a una masa importante de personas, o a una porción de estas, consiste en una tarea laboriosa, costosa y poco agradable, para la que hay que prepararse. Aquí, prepararse tiene una significación precisa y compleja. Porque se requiere de un condicionamiento racional y emocional a una gran cantidad de dominicanos, no necesariamente patriotas ni patrioteros, que tienen vínculos de trabajo, de vecindad, afectivos y simples sentimientos de solidaridad humana y cristiana respecto de estas pobres gentes. El más insensible y descreído de los dominicanos está de acuerdo en que hay que tener especial misericordia con las viudas, los envejecientes, huérfanos y extranjeros. Con todos los pobres e indefensos.
Por otra parte, es obvio que muchas tipos de negocios y de hogares de clase media ocupan inmigrantes en trabajos diversos. Militares y policías también suelen beneficiarse ilegítimamente del tráfico de indocumentados. La tarea de expulsar civilizada y organizadamente a haitianos de forma masiva, no solamente será un asunto de una gran estrategia diplomática a nivel regional y mundial, sino sobre todo, de gran profesionalidad desde el punto gerencial y logístico. Implica una gran variedad de acciones y actividades programáticas para convencer a los extranjeros que se marchen tranquilamente.
Mucho más delicada y compleja resultará sin duda, la de lograr que aquellos que tienen negocios, pertenencias o intereses en alguna parte del territorio nacional, lo hagan de acuerdo a los plazos y condiciones que establezcan las autoridades. Comenzando por establecer cuáles inmigrantes, y en qué orden.
La tarea es tan delicada y compleja, que no deberá improvisarse ni un solo detalle, muchísimo menos dejarlo todo en manos de militares o de funcionarios que no tengan los conocimientos y recursos necesarios para ello. Tampoco se puede admitir la participación de extranjeros de manera directa. Acaso solamente bajo un riguroso protocolo de observación y consejería. La alternativa sería declarar oficialmente que el país absorberá y asimilará a estos inmigrantes (y mediante qué plan). O la supuesta estupidez del avestruz: hacer nada, y dejarles el terrible problema a nuestros hijos y nietos. O a quién sabe…