Inmigrantes ventilan frustraciones en los motines de Francia

Inmigrantes ventilan frustraciones en los motines de Francia

Por JOJI SAKURAI
CLICHY-SOUS-BOIS, Francia (AP) _ En un café sin nombre, donde las moscas rondan sobre tazas de café melladas, Bilaire Hamdi señaló enérgicamente con el dedo la imagen de un hombre de edad avanzada enfundado en una gorra de piel.

   «­Son hombres como él los que reconstruyeron Francia!», dijo Hamdi del argelino que miraba un partido de fútbol en la televisión árabe por satélite.

   Mientras los inmigrantes de las antiguas colonias contribuyeron a reconstruir la Francia de posguerra, muchos de sus hijos y nietos han estado incendiando edificios y automóviles en lo que parece ser una ciega explosión de ira que se desquita de las escuelas que les fallaron, los automóviles que no pueden comprar, las oficinas del gobierno que, según dicen, los tratan como extranjeros.

   El legado de las colonias africanas de Francia tiene fuerte incidencia en los disturbios que estallaron a principios de noviembre en este suburbio en decadencia con gran mayoría de inmigrantes.

   Hamdi, un musulmán secular de ascendencia argelina, dijo que los jóvenes de familias de inmigrantes se sienten traicionados por una nación que saqueó sus tierras, usó las espaldas de sus antepasados para reconstruir Francia tras la Segunda Guerra Mundial, y luego les volvió las espaldas cuando se agotó la necesidad de mano de obra.

   El desempleo en Francia es de poco menos del 10%. Entre los jóvenes en las viviendas públicas asciende al 40%.

   Hamdi esgrimió su tarjeta de identidad. «La tengo, señor, soy francés», afirmó. «¨Por qué no puedo trabajar en un ministerio del gobierno? Piensan que somos sucios».

   El gobierno anunció que acelerará las inversiones para mejorar viviendas, educación y empleo, pero también ha provocado el antagonismo de muchos inmigrantes al declarar un estado de emergencia y poderes de toque de queda.

   Los motines fueron desencadenados por la electrocución accidental de dos jóvenes de ascendencia africana que se refugiaron en una subestación de electricidad para escaparse de la policía. Pero inmediatamente esa reacción colectiva se alimentó con el resentimiento acumulado por las viviendas precarias, la falta de empleo, la educación insuficiente y _para algunos musulmanes_ el sentimiento de que Francia atropella sus tradiciones religiosas.

   «Los nietos son los herederos de una historia desarrollada por la colonización, la descolonización, la explotación en las fábricas… y las esperanzas truncas», comentó el sociólogo Michel Wieviorka.

   A la inversa de ex potencias coloniales como Gran Bretaña y Holanda, Francia se enorgullecía de una política inmigratoria basada en ideales republicanos: una promesa de libertad, igualdad y fraternidad a cambio de adoptar los valores y normas culturales de la nación.

   Aquí prevalece el sentimiento de que, aunque los inmigrantes se despojaron en gran medida de su tradición cultural, la mayoría blanca los desplazó de todos modos a la marginalización de las viviendas públicas en los suburbios.

   Gran Bretaña, que es más tolerante de las culturas extranjeras, promovió el multiculturalismo y por eso, en muchos casos, los inmigrantes que se aislaron lo hicieron por intención propia. Pero los ataques del 7 de julio en Londres, atribuidos a jóvenes musulmanes criados en comunidades aisladas, hicieron que muchos se preguntasen por la conveniencia del multiculturalismo.

   Pero los motines franceses apuntan al fracaso de la integración institucionalizada en Francia, que los inmigrantes desdeñan por considerarla hipócrita.

   Las entrevistas con gente de distintas generaciones y procedencias en este suburbio muestran algo en común: la privación no solamente ha alimentado el resentimiento sino también la desesperanza.

   «Están destruyendo lo que se está pudriendo: es el único modo que tienen de expresarse», explicó Sabrina, una muchacha de 16 años de ascendencia argelina, que al igual que la mayoría de la gente aquí no quiso dar su nombre completo. «¨No ve la miseria en que vivimos?»

   Por cierto, la decadencia de suburbios como Clichy-sous-Bois contrasta violentamente con la gloriosa poesía de las calles parisinas.

   Aquí, la deprimente regularidad de los edificios de departamentos de concreto sólo se ve interrumpida por la variedad del deterioro: ventanas astilladas cubiertas con planchas de madera o bloques de hormigón, paredes al borde del desmoronamiento cubiertas de grafitos ofensivos, malezas salpicadas de latas de gaseosas y botellas de plástico.

   Un automóvil Volkswagen calcinado, incendiado hace unas dos semanas, ahora sirve de receptáculo de desperdicios, ya que el municipal desborda de basura.

   Las ambiciones de los jóvenes aquí son modestas: trabajo de construcción, mantenimiento eléctrico, conducción de camiones.

   En el café sin nombre, el camarero Hassan sueña con que su hijo de 10 años llegue a ser electricista, pero «mi hijo dice que va a ser médico cuando sea grande».

   Y luego, ladeando la cabeza y con una sonrisa triste, musita en árabe «inshallah», Dios mediante.

   Camino a casa después de clases, Kamel Alfaoui, de 14 años, es más rotundo: «el futuro no nos pertenece».

   Los residentes de Clichy-sous-Bois acusan al gobierno de meterlos a todos en el mismo saco. Las viviendas públicas revelan imágenes de diversidad. En las paredes del bar Le Norway cuelgan afiches de Al Pacino, Che Guevara, Bruce Lee y el actor turco Yilmaz Gouney.

   Tres jóvenes amigos _Ibrahim, de Gambia; Bizmout, turco, y Farid, argelino_ cuentan a un reportero cómo se criaron juntos en el proyecto sin experimentar conflictos étnicos.

   «¨Por qué Francia es fuerte?», se preguntó Farid. «Porque tenemos muchas culturas. Sin estas culturas no seríamos nada». 

   

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