Una de las cosas que se alega sobre la nación haitiana, especialmente cuando se trata del Estado y el gobierno de la República de ese país, es que existe un gran desorden institucional, que lo asemeja a lo que se ha llamado un “estado fallido”. Si falta de organización en el Estado de ese país, mucho mayor es la falta de ordenamiento en el pueblo mismo.
Los primeros gobernantes de la república surgida en 1804, hicieron notables esfuerzos para retornar a alguna especie de orden, al menos parecido al que habían establecido en base a fuerza y terror los franceses. Incluso, hubo varios intentos de introducir un Concordato con la iglesia Católica, lo cual no encontró acogida entre los prelados de Roma. En lo adelante, la cultura haitiana tomó forma en base a las expresiones de religiosidad traídas de diversas tribus africanas, que se estructuraron en el armazón de la religión católica, dando origen a una santería caótica. La dispersión de creencias llega al extremo de que hasta los propios católicos y protestantes con frecuencia incurren en prácticas voduistas. Por otra parte, entre los cientos de miles de haitianos que están irregularmente en el país, hay muchos que pertenecen a congregaciones de denominación cristiana, católicas o evangélicas.
No obstante, la presencia masiva de haitianos indocumentados, es y será por mucho tiempo un serio problema de seguridad nacional en diversos sentidos. Es algo frecuente que un haitiano indocumentado cometa un delito y desaparezca de la escena sin que se vuelva a saber de él, pues ni siquiera los otros haitianos saben de su paradero.
Aunque las migraciones internacionales tienden a seguir patrones de reclutamiento, según los cuales cada nuevo inmigrante pertenece o está vinculado a familias y otros grupos o colectividades socialmente identificables, no sabemos a ciencia cierta qué patrones de reclutamiento, desplazamiento y asentamiento tienen los indocumentados haitianos.
Los haitianos son mayormente una migración de gente trabajadora, pobre y analfabeta, pero de buen comportamiento. Pero existe una porción de estos que está metida, allá y aquí, en negocios de contrabando de armas y tráfico de drogas entre otros.
Sus asentamientos irregulares, a menudo en contingente poblacionales casi exclusivos de ellos, tienen muy probablemente alguna estructura de autoridad o de poder, ya sea basada en vínculos establecidos desde su país de origen, o en relaciones de trabajo parentesco, amistad, religiosas o de autoridad y poder surgidos en este país.
Esos patrones deben ser estudiados por las agencias locales de asistencia y de seguridad, sanidad, etcétera.
De esa manera pueden reforzarse algunos patrones que estabilicen a esas familias y grupos de inmigrantes que de ese modo establezcan relaciones formales, estables, de la mejor clase con la sociedad dominicana. De eso hay muchísima experiencia y conocimiento académico-científico con excelentes resultados.
El gobierno y la sociedad dominicanos deben asumir el liderazgo en estas tareas y no permitir que sean gobiernos extranjeros y ciertas ONG quienes lleven la voz cantante e impongan sus definiciones de la situación, sus “diagnósticos” y agendas interesados o, en todo caso, ilegítimos.