Inmunes al calendario

Inmunes al calendario

Horacio

guerra civil

Las «renovaciones» a la criolla de dirigencias partidarias no siempre sacan de escena rostros de los que el ciudadano común quisiera descansar.

Se niegan a gratificar al pueblo llano con la ausencia de anatomías peculiares harto conocidas y de pronunciado añejamiento.

Notoriedades que hacen recordar todas las épocas anteriores, excepto la de la llegada del descubridor a la isla que más amó, a falta de prueba de que alguno de los turpenes perennemente al bate aquí, lo ayudara a amarrar su nave al célebre árbol de javilla en la avenida del Puerto. Poco faltaría.

Caballeros (sin capa ni espada) que hicieron compañía a diversos personajes renombrados de la historia desde remoto tiempo y de los que solo quedan sus sepulturas incluyendo al Jefe (Trujillo) ido a destiempo, puesto que debieron ajusticiarlo mucho antes.

¿Cómo es posible que se haya sido ficha importante en la Era que ellos mismos tildaran de «gloriosa» y seguir apareciendo en protagonismos setenta años después como si el tiempo no desgastara políticamente o hubiesen nacido para semilla?

El peñagomismo llega hasta nuestros tiempos porque hoy tienen vigencia, al menos en los debates y trajines de los sueños de poder, unos beligerantes que conocieron chiquito al sobresaliente líder de masas, hoy difunto, que creó esa corriente. Casi le enseñaron a leer y escribir; diestros en cambiar los santos de sus altares.

El balaguerismo tarda en extinguirse gracias a un alumnado cuyos miembros, a falta del maestro-fundador de esa forma de hacer política, han desarrollado habilidades de bisagra que los hace aparecer como nuevos cada vez que los vientos cambian de dirección.

De aceptar como cosa común y corriente las andadas criminales de la banda colorada y el azote asesino de las «fuerzas incontrolables» que plagaron el despotismo ilustrado de los doce años, evolucionaron a resultar hoy exigentes «compromisarios» de la democracia auténtica.

La política como profesión con pingües beneficios colaterales sin tener que trabajar hace demasiado duraderos a los hombres y hasta a algunas mujeres que no han carecido de puestos altos en ningún momento posterior a su llorosa presencia en el sepelio del Benefactor. Lágrimas que han rendido esas.

Tras la frustrada expedición de Cayo Confites en 1947, que salió de Cuba y no pudo llegar siquiera a cercanas aguas dominicanas a causa de una delación, a algunos vivos les bastó una mínima relación con aquel truncado esfuerzo patriótico para ganar nombradía y peso específico en la sociedad en continuos decenios posteriores. Para perder vigencia tuvo que venir la guadaña a sacarlos de los escenarios.

Del conflicto bélico de 1965 surgieron abolengos que casi llegan hasta nuestros días. Al general Elías Wessin, líder de la contraparte constitucionalista, le tocaron elevados puestos y grandezas que le acompañaron hasta la tumba muchos años después de intentar diabluras adicionales al madrugonazo del 63 contra Bosch como fue su proyecto de tumbar a Balaguer.

Se renovó con tanto éxito que de «conspirador impenitente» -así descrito por el personaje que se proponía guillotinar- pasó a ser ministro de la Fuerzas Armadas nombrado por el propio presidente que estuvo a punto de derrocar.

Además, la guerra civil creó unas estirpes que se extenderán por siglos, y por eso vemos que todavía pululan los «excombatientes» que reclaman el mérito de haber derrocado al triunvirato fruto del golpismo y lo dicen con tanta convicción que parecen estar reclamando pedestales, cuando no unos pases a retiros remunerados, cincuenta y cinco años después de que sonara el último disparo.

Con la curiosidad de que entre los que hoy se hacen llamar «veteranos de la contienda», aparecen señores extrañamente rejuvenecidos que al parecer tomaron las armas vistiendo pañales en vez de ropa verde olivo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas