Inquietudes interhumanas

Inquietudes interhumanas

Sí. No cabe duda. Los modernos medios de intercomunicación humana lucen facilitadores de un contacto instantáneo, y realmente lo son. Ya no solo por la  inmediatez y comodidad con que se realiza un contacto desde el cada vez más pequeño y complejo teléfono celular, utilísimo cuando se emplea razonablemente bien, como para estar enterado de lo que sucede en casa cuando estamos en otro sitio, o a la inversa. Pero los fabricantes de estos artefactos instantáneos no detienen ni aminoran sus ofertas, cada vez más amplias,    anonadantes y de menor tamaño, al punto de que ya se anuncian relojes-pulsera inteligentes como aquellos -entonces fantasiosos- de las tiras cómicas (comics) de Dick Tracy, y también automóviles equipados de modo que quien está al volante solo tendrá que tocar unas teclas y marcar una dirección; el auto determinará la dirección deseada, la velocidad permitida, los obstáculos en la vía… y hasta si, tras un error tecnológico comprobado, corresponde una excusa o una retribución monetaria ¡Sea!

   La culpa fue de la electrónica.

     ¿Y el humano?

     Cada vez más irresponsable.

    El supuesto autor de fantasías francés Jules Verne (1828-1905), describió el submarino atómico en sus “Veinte mil leguas de viaje submarino”, ofreciendo detalladas informaciones de la vida en las profundidades del mar y las posibilidades destructivas de la energía atómica, anunció otras sorprendentes predicciones. No recuerdo,  -tal vez por el miedo que me produjo- el título de la obra en que describe la desaparición del humano, inutilizado por artefactos eléctricos. 

   No será necesario pensar. Todo está explicado en computadoras. No habrá que decidir la mejor alternativa, la solución de complejos problemas la decidirá una pantalla lumínica; no será necesario caminar: un sillón con teclas en los apoya-brazos nos llevará al punto deseado. Los músculos y el cerebro se atrofiarán por falta de uso, porque ya carecerán de sentido, un tablero decidirá la nutrición que habrá de preparar una cocina automática que la servirá tras una simple orden electrónica.

   El humano desaparecerá por falta de uso.  

   No andamos muy lejos de todo esto que nos puede parecer exagerado.

   Además, la relación humana se debilita más, día a día, mientras el egoísmo y el hedonismo se fortifican envueltos en mentirosas declaraciones de preocupación y ocupación por el bienestar de las grandes masas sumergidas en la miseria física, en la carencia alimentaria y  educacional.

   Los países pobres –de por allá y de por acá- poseen un suelo y un subsuelo rico, cuya producción, cuando es explotada, vuela rauda a manos de magnates que reparten las migajas que caen para que su carencia no perjudique la necesidad de mano de obra mientras esta no pueda ser sustituida… todavía.

    Bondad, justicia, compasión… extrañas palabras que tal vez provoquen un alzamiento de hombros y una expresión vacía.

   ¡Cuán extraña es la condición humana!

   Sorprende que personas nacidas y criadas en la miseria, al alcanzar riqueza y poder, olviden el afilado dolor de las carencias.

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