A nadie debe sorprender que el expresidente Leonel Fernández haya expresado, en nombre de La Fuerza del Pueblo y sus aliados, su “total, absoluta y completa oposición” al uso del voto automatizado en las elecciones municipales, congresionales y presidenciales. Como no debe sorprender tampoco que en lugar de depositar en la JCE esas objeciones, como solicitó el organismo y han hecho los demás partidos, utilizara una cadena de radio y televisión para dirigirse al país, con lo que actuó en consonancia con la alta consideración que tiene de sí mismo al tiempo que mantiene al país político atento a sus acciones y decisiones. Su alocución representó, hay que decirlo, el tiro de gracia al voto automatizado, escenario que también aprovechó para reiterar sus alegatos de fraude, aunque sin aportar una sola prueba de sus afirmaciones como en todas y cada una de las ocasiones en que se ha referido al tema. Y para que no quedaran dudas de que la JCE nunca hubiera podido complacer sus exigencias, sugirió unas cuantas más que considera igualmente imprescindibles para poder aceptar su utilización. Esas exigencias incluyen, además de auditar al código fuente y el software como ha solicitado, una auditoría de producción a las máquinas de votación, otra a la infraestructura y transmisión de resultados, otra a la seguridad, otra a las telecomunicaciones, otra de cumplimiento, otra de verificación final y otra post-electoral. La estrategia de acoso y derribo sería coronada con el éxito si la JCE anuncia hoy que descarta el uso del voto automatizado, con lo que tendría que tirar a la basura los más de 30 millones de dólares invertidos tan solo en equipos, iniquidad que considerará una victoria el leonelismo. Victoria a la que habrán contribuido, con su galloloquismo, los partidos de oposición que han hecho causa común con un líder político dispuesto a todo para justificar su derrota a manos de un “penco candidato” que ni siquiera sabe conceptualizar.